María Castro |
–La verdad es que no suelo ponerme nerviosa. Ya he hecho todo el trabajo que tenía que hacer para preparar el papel y ahora solo hay que disfrutar sobre el escenario. Si no, no saldría.
–El pasado año se estrenó en teatro con “La ratonera”, de Agatha Christie, y ahora vuelve a subirse a las tablas con otro gran clásico del suspense, esta vez de Hitchcock.
–Sí, es una obra de suspense y un melodrama. El director de la “La ratonera” era también Víctor Conde y cuando me propusieron interpretar a Margot, en el mismo teatro además donde representamos “La ratonera”, dije: ‘Yo lo quiero hacer’. Dándose todas esas coincidencias no podía decir que no, así que acepté.
–¿Sin leer ni siquiera el guion?
–Dije que sí antes de leerlo, sí. No me hizo falta porque trabajar con Víctor es un gusto y sabía que me facilitaría las cosas. Así que me puse a ver la película. No sé cuántas veces la he visto, quince o veinte, y también “La ventana indiscreta”, porque tenía que ver qué hacía Grace Kelly en escena, cómo se movía, sus gestos... Este montaje no es una obra teatral de la película, sino sobre el rodaje de la película. No tengo que interpretar a Margot, sino emular a Grace Kelly en ese papel, hacer de ella, salvando las distancias, claro, porque la idea del montaje es emular el cine de esa época, donde cada gesto no es que fuera grande, era importante.
–¿Cómo definiría a la Grace Kelly actriz?
–Es una de las grandes actrices. Poco puedo decir yo, que estoy creciendo, de una actriz como ella. No tengo opinión, pero si llegó donde llegó es porque era una gran dama de la escena. No era solo una rubia de Hitchcock; llenaba toda la escena solo con su presencia. No se la veía dudar nunca ni venderse en escena. Su presencia era siempre importante y solemne.
–Muchos críticos dicen que era una actriz fría...
–Creo que era lo que Hitchcock quería de ella. Las rubias de Hitchcock no eran femmes fatales por su apariencia, sino por ese halo de misterio que las rodeaba. Nunca sabías si iban a clavarte unas tijeras o a besarte.
–¿Ha sido difícil imitar la forma de actuar de una actriz de los años cincuenta?
–Es muy complicado desmontar todo tu método de trabajo y de repente trabajar de una forma diferente, pero también es la manera que tenemos los actores de reinventarnos y de renovarnos por dentro. Se trata de cambiar el chip. Es una forma distinta de trabajar, pero en cuanto no te juzgas y te entregas, todo va bien. Trabajar es ideal, pero el quid de la cuestión está en que te ofrezcan cosas distintas porque ahí está el secreto que nos permite crecer como actores y seguir creando personajes. Yo en este sentido estoy teniendo suerte porque he pasado de ser la inicente Paula de “Pratos combinados” a la mala sin escrúpulos de “Sin tetas” y ahora una madre coraje en “Tierra de lobos”.
–Continúa en “Tierra de lobos” y en breve debutará como monologuista en “El club de la comedia”. No puede quejarse.
–Estoy a tope de trabajo. Un un poco cansada, la verdad, pero muy contenta. Todavía podría hacer algo más. El próximo lunes grabo mi primer monólogo para “El club de la comedia”. A ver cómo me sale.
–¿Cómo es Margot?
–Margot pasa por muchos momentos distintos. No solo se muestra distante y segura, también es una magnífica anfitriona, disfruta de la gente, de su marido, es quien mantiene a la familia aunque no alardee de ello, es pasional... Y luego se la ve descorazonada y aterrada, pero también cómo toma las riendas cuando sucede lo que sucede... Y si en “Crimen perfecto” se la ve derrotada, aquí Víctor hace un homenaje a “Vértigo” y la presenta como Kim Novak en la secuencia final, rodeada de ese halo de misterio, casi onírico.
–¿Es una responsabilidad emular a una de las musas del Hollywood dorado?
–Sí, pero me gustan los retos. Luego me juzgo mucho, pero prefiero aceptar los retos, como mucho respeto, eso sí, y mucho trabajo.
–¿Cuánto tiempo ha tenido para prepararse el papel?
–Muy poco, como dos semanas, pero como ellos ya la tenían de gira y es una función que está muy trabajada me han ayudado mucho.
–¿Teme las comparaciones?
–No porque ella es una de las grandes del cine. Tampoco la estoy copiando, solo emulo el cine de esa época aplicándolo a María Castro. El espectador está observando el rodaje de una película.
–¿Tampoco incorporarse a una función donde todo el mundo tiene un rodaje menos usted?
–Todo lo contrario. Esa inseguridad de a ver si se me va a olvidar algo no la tengo porque me la quitan ellos, que están ahí para apoyarme.
–Luce un look rubio platino. ¿Es su cambio más radical?
–Sí porque nunca antes me habían tocado el pelo. Es una peluca y también me la van a poner en escena.
–¿Y cómo se encuentra?
–No me reconozco cuando me miro al espejo, pero esto hace que me resulte más fácil meterme en el papel.
–Con “La ratonera” saldó la asignatura que tenía con el teatro. ¿Con esta la reválida?
–Sí. Finalmente me apetecía experimentar lo que para mí era lo más parecido a la gimnasia rítmica por ese contacto directo con el público.
–Ahora que ha probado todos los medios. ¿Se queda con alguno en especial?
–No podría elegir ninguno. Lo que más me gusta es interpretar bien, contar buenas historias, y seguir creciendo como artista, ya sea en teatro, en televisión, en cine o en doblaje.
–Pero, ¿el teatro es tan especial como dicen?
–El trabajo en escena es una pasada porque ves como reacciona el público y te retroalimentas de esa reacción, la incorporas a tu actuación. Y es un rodaje enorme para un actor porque cada día es distinto: tú estás distinta, el público lo está, tus compañeros...
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