2019

lunes, 9 de diciembre de 2019

Kirk Douglas cumple 103 años

Issur Danielovitch Demsky, más conocido como Kirk Douglas (Nueva York, 1916), cumple hoy 103 años con la intención de celebrar la señalada fecha rodeado de sus seres queridos en una reunión íntima alejada de los festejos que han ocupado sus aniversarios anteriores, según  explicó su hijo Michael Douglas. «Me está suplicando que tengamos una cena con la familia, que lleve a los niños», reconoció sobre su padre el también actor en una entrevista reciente con Jimmy Kimmel. Según Michael, de 75 años y esposo de Catherine Zeta-Jones, cuando Kirk superó el siglo de vida, la familia pensó que cada año nuevo merecería ser celebrado por todo lo alto, sin embargo Kirk espera que este año pasar un tiempo tranquilo junto a sus hijos, nietos y su mujer, Anne Buydens, quien cumplió 100 años esta primavera.

El actor es una leyenda viva de la época dorada del cine de Hollywood, la única que queda junto a la actriz de Lo que el viento se llevó, Olivia de Havilland, también nacida en 1916.

El célebre superviviente del Hollywood clásico y padre del actor Michael Douglas ha muerto numerosas veces, pero solo en sus películas (Espartaco, El loco del pelo rojo, Brigada 21...). Pese a su avanzada edad y los problemas que ha acarreado de dicción tras sufrir un infarto en 1996, el consagrado actor goza de buena salud. La efeméride de su cumpleaños no ha pasado desapercibida en las redes sociales, donde decenas de fans han felicitado al actor y han recordado algunos de sus mejores papeles en el cine.

El nombre de Kirk Douglas se glorificó en el cine con Espartaco de Stanley Kubrick, en 1960. Sin embargo, su extensa filmografía comenzó en los años 40, con títulos como Retorno al pasado o Carta a tres esposas, y en los años 50 ya se postuló como una leyenda del cine clásico.

A lo largo de su carrera fue nominado a tres premios Oscars y no fue hasta 1996 cuando el intérprete recibió la estatuilla honorífica para premiar una trayectoria profesional de más de 60 años.

Douglas nació en Ámsterdam, ciudad de Nueva York, el 9 de diciembre de 1916. Caracterizado por su barbilla hendida, se apoda a sí mismo ‘el hijo del trapero‘, según el título de la autobiografía que publicó en 1988.

De origen ruso, sus padres fueron campesinos judíos en la actual Bielorrusia. A pesar de crecer en un barrio humilde, pronto destacó en los estudios y deportes, lo que le permitió conseguir una beca de actuación en la reconocida St. Lawrence University. Antes de destacar en el mundo del séptimo arte, Kirk tuvo que trabajar desde niño como vendedor de refrescos en la calle o repartidor de periódicos, hasta que llamó la atención en la escuela por su oratoria y sus recitales de poesía, un talento que impulsó su deseo de convertirse en actor profesional.

Tras graduarse, consiguió una beca en la Academia Norteamericana de Arte Dramático de Nueva York, lugar en el que permaneció hasta los 23 años de edad, un entorno en el que conoció a la actriz Lauren Bacall, quien recomendó su nombre a productores de Hollywood y ayudó a potenciar su carrera.

Douglas debutó en Broadway por primera vez en 1941 en una obra llamada Spring Again. Después de su debut, su carrera profesional como actor despegó y consiguió un gran reconocimiento con éxitos como El loco del pelo rojo (1956), Siete días de mayo (1964), y la gran obra maestra Espartaco (1960).

Fuente: La Vanguardia

domingo, 1 de diciembre de 2019

Gary Cooper que estas en los cielos

A la venta un nuevo libro biográfico que tiene como protagonista  a Gary Coper, con prologo de María Cooper, hija del actor: El universo de Gary Cooper  de Notorious Ediciones.

Gary Cooper se miraba a los pies, sonreía al bies, con pudor, y encandilaba con sus ojos azules. Nadie mejor que él encarnó el rostro noble del sueño americano, bien como legionario en Marruecos, sargento de Tennessee o héroe, solo ante el peligro. Galán lacónico que montaba a caballo, se sabía mejor las curvas de sus compañeras de reparto que un diálogo que, en ocasiones, se esforzaba por olvidar en una ingeniosa técnica que le servía para evitar, sin enemistarse con nadie, las líneas más superfluas de un guión que no le gustaba. Su economía expresiva y su sosiego al hablar alarmaban a los directores, que asistían, sobrecogidos, al lucimiento del actor de Montana al positivar las escenas al día siguiente del rodaje. Solo la cámara sabía captar de verdad la esencia de un hombre apuesto con el don de acaparar miradas, capaz de resultar genuino aún con la mueca más impostada. Ya lo dijo su colega John Barrymore, en el mejor halago del que un intérprete puede presumir: «Este tipo es el mejor actor del mundo. Puede, sin ningún esfuerzo, conseguir lo que los demás intentamos durante años: ser natural».


El actor, más veces infiel que títulos en esa extensa filmografía que ahora recupera el libro colectivo «El universo de Gary Cooper» (Notorious Ediciones), nació casi con un nuevo siglo, en 1901, en una ciudad con nombre de mujer: Helena (Montana) . No podía ser de otra manera, siendo como fue el otro sexo el talón de Aquiles de un hombre sin mácula… excepto por los romances extramatrimoniales, la perdición que trajo de cabeza a su esposa, Verónica «Rocky» Balfe. A pesar del mote, la madre de su única hija aguantó estoica, sin asestar un merecido gancho. Y su hija, Maria Cooper, tampoco le guardó rencor, como prueba el prólogo que escribe en el que es el libro más completo sobre el actor editado en castellano, una carta de amor en la que alaba la humildad de un hombre «amigable con todo el mundo menos con los falsos» y donde recuerda las lecciones que le enseñó ese galán que se sentía tan cómodo en vaqueros como luciendo un frac de lazo blanco. «Una de las expresiones favoritas de mi padre, que yo adoro, es por supuesto del wéstern: “No hay caballo que no pueda ser montado. No hay jinete que no pueda ser descabalgado”. ¡Una lección de vida que nunca he olvidado!», afirma Maria Cooper.

Gary Cooper
Quiso la casualidad, esa que le llevó a dejar su vocación de caricaturista por el mundo del cine, que Gary Cooper viniera al mundo en una noche de tormenta eléctrica, como el hijo remendado del doctor Frankenstein. También que con él compartiera los peculiares andares, lobotomizados en el monstruo de Mary Shelley, maltrechos y desgarbados en el intérprete, que arrastró toda la vida debido a una lesión de cadera mal curada.

De esa torpeza entrañable y también de sus aires de seductor nato hizo gala en muchos de los títulos que adornan sus extensa filmografía, repleta de tantas obras notables como líos de faldas con sus compañeras de rodaje. Patricia Neal, de la que se enamoró dos años antes de «El manantial», tan solo fue su idilio más escandaloso, el que desgastó un poco esa imagen de galán al que siempre se le perdonaban sus escarceos tras las cámaras. Como el que surgió tras su beso con Sara Montiel al final del wéstern crepuscular «Vera Cruz», el debut en Hollywood de la folclórica española, que no sabía hablar inglés pero se entendió de maravilla con el veterano adonis. Para el hombre que fue un sheriff «Solo ante el peligro», «El sargento York» o «Juan Nadie», interpretar al coronel Clint Maroon en «La exótica» fue simplemente una excusa para continuar su romance con Ingrid Bergman, con quien ya había coincidido en «Por quién doblan las campanas», de nuevo de Sam Wood, en un papel que logró gracias a su amistad con Ernest Hemingway.

Tal era la complicidad de Bergman y Cooper que, como un par de adolescentes que se doblaban los años -él rondaba la cuarentena y ella tenía quince menos-, Cooper la llamaba «francesita» y ella a él, «Texas», bromeando con sus personajes. Los rumores sobre la enésima infidelidad del actor, un deshonesto honrado, circulaban por los mentideros de Hollywood tan rápido como el Porsche con el que se estrelló James Dean mientras rodaba «Gigante», también una adaptación de Edna Ferber. Pero la prensa nunca se atrevió a dedicar a la pareja ni una línea, por respeto a una Bergman a la que tenían en un altar. Su conchabanza llegó también a oídos de Verónica Balfe, la mujer de Cooper, inmune ya a los líos de faldas de su marido.

Cooper y Bergman
Además del idilio y una eterna amistad con la intérprete sueca, el oscarizado actor conservó también el sombrero Stetson blanco de «La exótica», que le regaló, junto a un revólver Colt del 45, a un amigo que quizás le despertaba su vieja vocación de pintor, Pablo Picasso. Fue otra vez Hemingway, a quien conoció durante la adaptación de «Adiós a las armas», el que los presentó, y a juzgar por el preciado obsequio parece que hicieron buenas migas. No tantas como con el escritor, con quien compartía el gusto por la caza y, a pesar del título de la película que les unió, también por las armas. Dos vividores que forjaron una hawksiana amistad, legitimada por tardes como la que compartieron con Clark Gable, en la que liquidaron a cincuenta conejos en un abrir y cerrar de ojos, como contaba una espantada Ingrid Bergman.

A la muerte del escritor, que se suicidó apenas dos meses después de que un cáncer batiera al eterno héroe clásico del cine, la actriz sueca le escribió a una amiga: «No hablemos de la marcha de Gary y Hemingway, me duele mucho. Es extraño ver cómo se fueron juntos. Creo que lo habían planeado. Escuché a un amigo en común decir que solían telefonearse todo el tiempo durante su enfermedad y reír: "Te reto hasta la tumba"».

Y así se fue un hombre que nunca se consideró actor, a pesar de tener tres premios Oscar y haber trabajado con Lubitsch, Fred Zinnemann o Howard Hawks, o de ser una de las grandes estrellas de todos los tiempos según el American Film Institute, donde ocupa el undécimo puesto. Siempre fiel a su estilo, carente de ego. «En su último mes de vida, mientras luchaba contra el cáncer que nos lo arrebató con tan solo 60 años, nunca le escuché quejarse, y lo único que dijo en tono lastimero fue: “¡Maldición, justo cuando comenzaba a cogerle el tranquillo a esto de ser actor!”», recuerda su hija en el libro.

Fuente: ABC.es

viernes, 1 de noviembre de 2019

En el día de los muertos, recuerdo a actores vivos

En un día como hoy en el que todo el mundo recuerda y homenajea a sus muertos, vamos a hacer un repaso por aquellos actores que están vivos:

Kirk Douglas
A sus 102 años, Kirk Douglas, el protagonista de películas como El loco del pelo rojo (1956), Senderos de gloria (1957) o Espartaco (1960), sigue dando que hablar. A pesar de que su último filme data de 2008, el pasado mes de agosto volvió a los medios de comunicación. El patriarca de los Douglas reunió a su gran familia para una comida en su casa de Los Ángeles a la que asistieron desde su hijo, Michael Douglas y su mujer Catherine Zeta Jones, hasta su bisnieta Lua Izzy Douglas, de un año.

Angela Lansbury 
Es otra gran desaparecida que con 94 años parece inmune. La protagonista de Se ha escrito un crimen seguía en activo hasta hace relativamente pocos años y haciendo nada más y nada menos que actuaciones diarias junto a James Earl Jones para la función “Paseando a Miss Daisy”. Hace sólo un mes pudimos ver lo estupenda que está cuando asistió al homenaje a Robert Osborne en la Academia de Hollywood.


Dick Van Dyke
A pesar de sus 93 años, Dick Van Dyke ya se ganó la inmortalidad con Mary Poppins (1964) y Chitty Chitty Bang Bang (1968). Hace solo tres años participó en la película Life is boring de Chip Godwin, título que no hace justicia a la vida que el actor ha llevado.



Olivia de Havilland 
A sus 103 años, es la única actriz viva del viejo Hollywood y superviviente del reparto estelar de la aclamada película Lo que el viento se llevó. Además, su interpretación en La heredera está considerada entre las mejores actuaciones femeninas de la historia del cine y por si esto fuera poco, el 21 de junio de 2017, fue nombrada Dama por la reina de Inglaterra, siendo la persona más longeva en recibir esa distinción.

Gene Hackman
A sus 89 años, anunciaba en 2004 que abandonaba definitivamente y por completo la industria cinematrogáfica con Bienvenido a Mooseport, su última película. Con cien filmes a sus espaldas, fue una buena noticia, porque no lo hizo por problemas de salud o por falta de papeles, sino para volcarse completamente en su carrera literaria. El actor ha publicado varios libros y además pinta, pilota aviones y participa en carreras de coches.

Robert Wagne
Sigue activo a sus 89 años y los seguidores de NCIS lo saben. Pero esto viene de muy atrás, pues entre los años 70 y 80 era casi imposible encender la televisión o ir al cine y no verle. El coloso en llamas o Aeropuerto 79 son alguna de las películas que protagonizó. Aún colea la polémica por la misteriosa muerte de Natalie Wood.


Betty White
La protagonista de Las chicas de oro, sigue teniendo muchas ganas de conquistar al público y muy pocas de hacer lo que normalmente hacen las señoras de su edad, 94 años. En 2011 obtuvo una nominación a un Emmy por su papel en Hot in Cleveland, dónde interpretó a una octogenaria sarcástica hasta 2015 y desde 2012 tiene su propia estatua en tamaño real en el prestigioso museo Madame Tussauds de Washington. Este mismo año ha puesto voz a uno de los personajes de Toy Story 4.



Fuente: La Razón

lunes, 15 de julio de 2019

Entrevista a Pia Lindstrom

Entrevista en exclusiva  a La Otra Crónica de El Mundo, desde Nueva York,  a Pia Lindström, la primogénita de Ingrid Bergman, que recuerda el escándalo que produjo la relación de su madre con Roberto Rosellini hace 70 años:

En 1939, su madre llegó a Hollywood para firmar un contrato de siete años con el productor David O. Selznick. Muchos de sus compañeros se quejaron de la tiranía de los estudios, ¿en algún momento su madre sintió que fuera una esclava del 'star system'?

Jamás. Fue un gran sistema y seguramente lo sería hoy en día. Entre los años 30 y 50, los jóvenes actores no tenían una educación y los estudios invertían mucho dinero en enseñarles a caminar, maquillarse, vestirse, posar ante la cámara... De esta manera tenían un control y era la manera de crear una estrella. Mi madre fue proyectada como una chica buena y vulnerable, había sido monja (Las campanas de Santa María) y santa (Juana de Arco), era la good girl. Cuando salían por la noche lo hacían con un acompañante adecuado y, si se emborrachaban, se tapaba porque había que proteger la inversión. Conseguían el look perfecto para cada uno. No como ahora, que visten de cualquier manera, se les fotografía bebidos, etc...

Luz que agoniza (1944) fue la primera colaboración de Ingrid con Hitchcoc [error del entrevistador: película de George Cukor]¿Fue un depredador sexual tal y como le denomina Tippi Hedren?

Mi madre le quería muchísimo. Hicieron varias películas juntos y nunca comentó nada sobre si Hitchcock intentó flirtear con ella o cualquiera de esas cosas sin sentido que la otra actriz dijo sobre él muchos años después. Yo también le conocí bastante, al igual que a su hija, y de ninguna manera fue un depredador sexual, pero sí era un depredador con la comida. ¿Sabías que en vez de nevera tenía una habitación frigorífica en la que entrabas para elegir la carne, las salchichas...? Nunca había visto nada parecido. Décadas después la gente trató de deshonrar su reputación.


Tras el escándalo, ¿cómo vivieron la época de los paparazzi?

Recuerdo que me mudé a Italia y viví durante casi cuatro años con mis hermanos. Fue aterrador. Los paparazzi son una mafia. Y la gente quería tocarte, arrancarte la ropa, gritaban, se tiraban encima del cristal delantero del coche y el chófer no podía moverse. Éramos unos niños. Fue desalentador.

Y con Anastasia (1956) llegó su resurrección.

Durante mucho tiempo estuvo esperando la historia adecuada. Roberto no quería que hiciera películas con otros directores, pero se estaba separando de él y ya podía ser libre para elegir. Cuando Anatole Litvak (director) habló con mi madre sobre Anastasia, en seguida comprendió que era una historia que podría reflejar la suya propia: una mujer que había sido abandonada, repudiada y que finalmente se la reconoce como alguien de la nobleza por su auténtica forma de ser. Y por ese papel ganó su segundo Oscar. Volvió a ser una reina en América.

Fuente: El Mundo

miércoles, 15 de mayo de 2019

Doris Day y Rock Hudson.


Los dos hicieron juntos tres películas que, a su modo, definen un mundo entero. Confidencias a medianoche, Pijama para dos y No me mandes flores son la culminación de las carreras de cada uno de ellos en lo que mejor sabían hacer. Michael Gordon, Delbert Mann y Norman Jewison diseñan tres comedias románticas sobre la idea no tanto del engaño, como de la mentira consentida, aceptada y finalmente convertida en la única realidad posible.

En las dos primeras cintas, se trata de contar la historia de una pareja que se detesta para, finalmente, amarse como nadie hubiera sido capaz nunca. En sus cuerpos y ademanes de triunfadores se fragua el sueño oculto de un espectador que ve cómo, a pesar de dificultades y desajustes, todo tiene sentido. Ni una sombra de duda. La última de ellas, la más imaginativa, juega con la idea de la perfección más allá de la perfección misma. Un marido hipocondríaco busca nuevo esposo a su mujer sabiéndose al final de sus días. Por supuesto, ocurre lo único que podría ocurrir. Nadie muere, sólo la propia idea de muerte.

Por supuesto, y como toca a su calidad de estrella del momento, Day fue mucho más que sólo la pareja de Hudson. También lo fue de Frank Sinatra (Siempre tú y yo), de James Cagney (Quiéreme o déjame), de James Stewart (El hombre que sabía demasiado), de Richard Widmark (Mi marido se divierte), de Clark Gable (Enséñame a querer) o de Cary Grant (Suave como visón).

En todas y cada una de las películas, pocas veces es discutida su condición de espejo de una sociedad entera. Quizá sólo Hitchcock, como siempre, se atrevió a leer en su cabellera rubia el principio de un abismo desconocido. Es relevante que, así como Rock Hudson prestó su imagen impoluta a lecturas provocadoramente incómodas del otro lado de ese sueño americano de la mano de Douglas Sirk (Solo el cielo lo sabe, Escrito sobre el viento o Ángeles sin brillo), rara vez la que encarnara a Calamity Jane en la redundante Doris Day en el Oeste dejó empañar su imagen perfectamente transparente. La que convirtiera la canción Qué será, será en algo más que una simple declaración de intenciones representaba en su amplitud la grandeza recurrente de una América que se soñó, otra vez, perfecta. 

Fuente: El Mundo

lunes, 13 de mayo de 2019

Fallece Doris Day

Doris Day nos ha dicho adiós este lunes, 13 de mayo, a los 97 años. Fue una de las estrellas más populares de Hollywood de los años 50 y 60 y protagonista Quiéreme o déjame, Té para dos, El hombre que sabía demasiado, A la luz de la Luna, Pijama para dos o Confidencias a medianoche, trabajo por el que logró su única nominación al Oscar.


Day murió a primera hora de este lunes en su casa de Carmel Valley, California, rodeada de sus familiares y amigos, según señaló su fundación, la Doris Day Animal Foundation, en un comunicado publicado en su página web.

Retirada del mundo del cine desde 1968, al igual que Greta Garbo que se negaba a envejecer en la pantalla. Lo haría, eso sí, en la tele, donde siguió trabajando.

La muerte de la actriz, cantante y sobre todo icono ha sorprendido a la cinefilia en la previa del Festival de Cannes. El instante preciso de la noticia del fallecimiento ha saltado a los móviles justo en el momento en el que Thierry Frémaux, el delegado general del Festival, reflexionaba en rueda de prensa sobre la función de las estrellas en un universo como el del cine. "Quizá", comentó, "ella sea un buen ejemplo del cambio de los tiempos. ¿Qué significa Doris Day para los jóvenes?". Y ahí, en la pregunta extraña y sin respuesta, lo dejó. Tal vez, la grieta que abre el nombre de Doris Day entre una generación y otra sea síntoma y hasta metáfora de algo mucho más profundo. 


sábado, 4 de mayo de 2019

90 aniversario del nacimiento de Audrey Hepburn

Audrey Hepburn
Este sábado 4 de mayo, la actriz habría cumplido 90 años si un cáncer de colon no se la hubiera llevado a un firmamento en el que hay más estrellas que en el legendario lema de la Metro Goldwyn Mayer. Tenía 63 años. Para celebrar su vida, Sean Hepburn Ferrer, el único hijo que tuvo con el actor Mel Ferrer, descendiente de un noble catalán, le ha obsequiado con el mejor de los regalos: poner Bruselas a sus pies. La ciudad que la vio nacer en la Rue Keyenveld 48.Tras muchos meses de una ardua labor, el 30 de abril se inauguró una exposición única, Intimate Audrey, en la que se pone de relieve a la mujer humanitaria, la esposa, la madre, la hija y la amiga. En definitiva, a la persona lejos de la artificialidad de aquel Hollywood dorado que más que hacer soñar, robaba los sueños. 

La selección del material tiene como resultado 800 imágenes inéditas, 12 film clips y 150 objetos icónicos entre premios, vestidos y dibujos. Esta muestra exclusiva está dividida en 10 partes: El árbol familiar, Nacida en Bruselas, De Londres a Nueva York, La noche de los Oscar, Una boda suiza, Audrey y Mel, Sean, Amigos, La Paisible (su casa de campo en Tolochenaz, Suiza, donde vivió los últimos 30 años de su vida) y El capítulo final (labor humanitaria con Unicef). Los beneficios obtenidos irán destinados a la Organización Europea de Enfermedades Raras y los hospitales The Brugmann and Bordet de la capital belga.



En declaraciones exclusivas a LOC, el único medio español en ser invitado, Sean afirma que "en esta ciudad nació el milagro. Lo que he pretendido es mostrar cómo era aquella niña que dejó su país hace 80 años hasta llegar a su faceta como embajadora de buena voluntad de Unicef". Aunque en la memoria colectiva Audrey es un icono de estilo y una estrella de cine, Sean la recuerda como "una madre maravillosa, una gran amiga y alguien que tuvo la suerte de ser una persona normal que tomó decisiones simples en la vida. Y ahí está la respuesta a la pregunta de por qué sigue siendo una leyenda, ya que sentimos de forma instintiva que fue una de nosotros y no una de ellos". Porque Audrey siempre huyó de la artificialidad de un Hollywood ávido por fagocitar a las estrellas que había fabricado. A pesar de haber rodado Vacaciones en Roma, My Fair Lady o Sabrina, siempre fue una mujer frágil marcada por una dura infancia a pesar de ser la única hija de la baronesa Ella van Heemstra -descendiente del rey Eduardo III de Inglaterra- y de Joseph Victor Ruston, que trabajaba en una compañía de seguros. "Su niñez fue preciosa hasta que el padre la abandonó y le partió el corazón. La infancia fue dura porque pasó hambre, frío, vivió los bombardeos de la II Guerra Mundial y estuvo privada de libertad". Por tal motivo emigró a Londres con su abuela y, desde allí, a Nueva York, donde tuvo la suerte de encontrarse por azar con la escritora Colette en la playa de Montecarlo, que tras escribir Gigí quiso que Audrey la protagonizara en Broadway en 1951. Aquella aventura la catapultó dos años más tarde a la meca del cine donde debutó con Vacaciones en Roma, por la que consiguió su primer Oscar. Sin que ella fuera consciente, se había engendrado a uno de los mayores iconos del siglo XX y que la convirtió en una de las mujeres más fotografiadas del siglo.

En la entrada de la exposición en el Espace Vanderborght, Sean pone de relieve la importancia de la imagen: "Hay que explicarles a los jóvenes que hoy haces una foto con el móvil y ya está. Pero en aquel momento tenías que elegir un set, iluminarlo, contratar maquillaje, peluquería y vestuario, ensayar las poses, hacer una polaroid para ver cómo había quedado la iluminación, se hacían varias galerías de fotos, los contactos se enviaban por correo, mi madre aprobaba las mejores fotos, se volvían a enviar por correo, se imprimían y se hacían los kits de prensa a máquina que se distribuían por todo el mundo. El coste medio de una foto desde el principio al final del proceso equivaldría al precio de un iPhone de hoy en día".

Paseando por los 800 metros cuadrados de esta exposición única donde el blanco y el azul marino de sus paredes hace resaltar la belleza de las imágenes, cualquiera puede ser consciente de la sencillez de la que hizo gala la actriz. Ni rastro de suntuosas mansiones, Rolls Royces o diamantes gigantescos como los de Elizabeth Taylor, que aparece en una de las fotografías bailando con Mel Ferrer mientras que Audrey lo hace con Eddie Fisher, cuarto marido de la actriz de los ojos violeta. De hecho, las únicas joyas que están en la muestra son las diminutas alianzas de oro de la boda de los padres de Sean, celebrada en 1954, ubicadas en una pequeña vitrina al lado del vestido de novia. Una pieza que llama la atención por su cinturita de avispa. Sean se siente satisfecho. 

Durante los próximos cuatro meses, la exposición será uno de los emblemas de la ciudad belga. En este momento tan especial está acompañado de su familia, su mujer, Karin, y sus tres hijos, Emma y Santiago. También está Athena y Adone, los hijos que Karin ha aportado de otro matrimonio y que llevan el apellido Hepburn. A tenor de cómo Sean describe a su madre, Emma parece que ha heredado algunos de los rasgos de la actriz. Es alta y espigada, aparentemente frágil, dulce y cariñosa y en su rostro se puede apreciar un gran parecido a la abuela que no pudo conocer. "Muchas gracias, es un bonito piropo", responde cuando se le comenta que tiene los mismos ojos que ella. Incluso calza unas zapatillas planas con unas cintas atadas a su tobillos. Una vez más, el look Audrey. "No lo hago a propósito, ya que este es mi estilo", confiesa a LOC. A quien sí llegó a conocer fue a su abuelo, Mel, que falleció cuando ella tenía 14 años: "Cuando iba a su casa de pequeña solíamos jugar a una especie de escondite. Mel escondía un tapón de corcho y yo tenía que encontrarlo, pero la cosa se complicaba cuando lo metía en una puertecita secreta (risas). Nunca me habló de mi abuela porque yo era demasiado joven para preguntarle. Mi padre me dice que, por un lado, fue un hombre complicado y testarudo que tenía mala reputación por ser demasiado controlador, pero conmigo siempre fue muy cariñoso. Yo no tenía ni idea de que fuera un icono". De hecho, no le falta razón. Es el propio Sean quien comenta en varias ocasiones que fue Mel, su padre, quien ayudó a Audrey a lidiar con los tiburones hollywoodenses. Fue su pigmalión creativo. Su primogénito también confiesa que sus hijos aún están descubriendo a su abuela. "En aquella época, los actores tenían al final de su contrato una cláusula que les permitían tener una copia en 16 milímetros de las películas que rodaban. Yo descubrí lo que hacía mi madre armando un viejo proyector y colgando una sábana del techo del desván de la casa. Poco a poco fui sabiendo quién era. Y de la misma manera, deseo que mis hijos hagan lo mismo. No quiero empujarles a una dirección o a otra. Lo están haciendo sin prisas". Sin duda, Audrey es inmortal.

Fuente: El Mundo

sábado, 23 de febrero de 2019

Fallece Stanley Donen

Stanley Donen ha fallecido este sábado en Manhattan (Nueva York). Ha sido uno de sus hijos, el crítico de cine del Chicago Tribune Michael Phillips, el que ha confirmado a través de Twitter la muerte de su famoso padre. Codirector junto a Gene Kelly de Un día en Nueva York y Cantando bajo la lluvia, y responsable de Una cara con ángel, Charada, Dos en la carretera o Lío en Río, con Donen desaparece una manera de hacer cine surgida de los grandes estudios. Por eso no rodó ninguna película desde que estrenó en 1984 Lío en Río. Y solo tenía 60 años. “Quieren que vuelva a hacer mis viejas películas, pero ya están hechas”, decía.



Donen nació en Columbia (Carolina del Sur) el 13 de abril de 1924, aunque decía que en realidad vio la luz cuando, con nueve años, vio a Fred Astaire y a Dolores del Río bailar en Volando a Río de Janeiro: “Me parecía que la vida merecía la pena ser vivida gracias a Fred Astaire”. Su infancia estuvo marcada por la monotonía de la pequeña comunidad sureña, a lo que añadió cierto aislamiento social por su ascendencia judía. Desde niño estudió música, piano y clarinete, obligado por su padre, hasta que en plena adolescencia decidió imitar a Astaire y centrarse en el claqué. Con 16 años se fue a Nueva York, donde un año más tarde debutó en Broadway como chico del coro en la obra Pal Joey, donde coincidió con Gene Kelly, que la protagoniza, y George Abbott, que la dirigió, y con la ayuda de ambos pasó de bailarín a coreógrafo.

Siguiendo a Kelly, Donen llegó a Hollywood a principios de los cuarenta: Kelly exigió que fuera su asistente personal en Las modelos y Levando anclas. En 1949 Donen por fin debutó tras las cámaras con Un día en Nueva York, que codirigió con Kelly. Tal fue su amistad entre ambos, que incluso compartieron esposa: en diferentes décadas, eso sí.

De carácter romántico y optimista, sus innovadoras coreografías (como la de Fred Astaire bailando por el techo y las paredes de una habitación en Bodas reales) y su dominio técnico (fue el primer director de musicales en utilizar con éxito el CinemaScope) le situaron como el rey del género musical —con el permiso de Vincente Minnelli— con títulos como Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, Siempre hace buen tiempo, Una cara con ángel, El juego del pijama o Seremos campeones. Donen supo reinventar los musicales de Hollywood y hacía soñar a los espectadores que veían sus historias en la gran pantalla. “Para mí, dirigir es como el sexo: cuando es bueno, es muy bueno, pero cuando es malo, aún es bueno”, aseguró en una de sus citas más conocidas.


Con el declive del género, el cineasta se reconvirtió a lo largo de los sesenta en director de sofisticadas e intimistas comedias románticas, entre las que destacan sus colaboraciones con Cary Grant en Indiscreta (junto a Ingrid Bergman) y Página en blanco (junto a Deborah Kerr), y de versiones hitchcockianas como Charada (otra vez con Cary Grant) y Arabesco. Otra de sus grandes colaboradoras y amigas fue Audrey Hepburn, a la que definió así: "Era increíble. Atractiva, femenina, generosa. Dulce".

Desde 1965 le costará encontrar guiones a su altura y ya hace de todo, con muy distintos resultados: desde un espectacular drama romántico (Dos en la carretera) hasta ciencia-ficción (Saturno 3), pasando por comedias sexuales (La escalera y Lío en Río), parodias (Los aventureros de Lucky Lady y Movie, Movie) y farsas (Al diablo con el diablo). A pesar del recuerdo popular, solo 11 de los 27 filmes que dirigió Donen son musicales. “Bailar, cuando yo lo hacía, es la cosa más dura del mundo que uno pueda imaginar. Para mí era lo más difícil. Porque el cuerpo es muy limitado. Yo solo puedo hallar la concepción de un número, pero no la concepción del movimiento físico en el baile que da sentido al número. Así que me siento profundamente agradecido por haber contado con gente como Bob Fosse [en El pequeño príncipe]”. Su último trabajo fue el telefilme Cartas de amor, que rodó en 1999 para la televisión por cable. Casado en cinco ocasiones, padre de tres hijos, su actual pareja era la directora, guionista y actriz Elaine May.

"El cine no representa el entorno en que todos estamos sumergidos, sino otro nivel de verdad, más profundo, el de los sentimientos, de las emociones. Eso he buscado siempre. No el mundo en su totalidad, sino los pormenores. Alguien dijo que Dios está en los detalles. Pues tenía razón", dijo en una entrevista a este diario en 2010, en la que también explicaba sobre su trabajo: "No rodaba películas con la intención de reflexionar sobre el mundo. Mis películas son trocitos, añicos de verdades interiores. Tengo una idea y reacciono ante ella. No intento darle una dirección con la razón. Hacer cine es como enamorarse".

Donen nunca fue muy dado a los discursos. Y tampoco le agradaban los homenajes. Recibió uno en San Sebastián en 1996 con un cartel especial que le gustó mucho —ya había ganado la Concha de Oro con Dos en la carretera—. En los Oscar de 1997 —nunca obtuvo ni una nominación— recibió la estatuilla de honor de manos de Martin Scorsese. En su discurso de agradecimiento, que vino precedido por una gran ovación de los asistentes, cantó con su humor característico el clásico Cheek to Cheek, de Fred Astaire, se marcó unos pasos de baile que deleitaron al público y dijo que el secreto para ser un buen director es rodearse de los mejores en cada campo y, “cuando comienza el rodaje, no entrometerse en sus labores”.

Fuente: El País, La Vanguardia

viernes, 8 de febrero de 2019

Fallece Albert Finney

Actor tan carismático como versátil, siempre se negó a tener agente, y rechazó los títulos honoríficos de caballero y comandante de la orden del imperio británico. Renegaba de quien le llamaba “sir”, porque “solo perpetúa una de las mayores enfermedades inglesas, el esnobismo”. Pudo armarle una revuelta incluso al cáncer, que pareció superar en 2011. Desde hoy viernes, sus películas y su espíritu indómito son un legado para miles de fans: Albert Finney falleció, a los 82 años, en el hospital Royal Marsden, en las afueras de Londres, por una infección en el pecho.

Finney, en la película 'Erin Brockovich' (2000)

Desaparece, así, el mejor intérprete del detective Hércules Poirot, en palabras de la mismísima Agatha Christie; o el cónsul alcohólico de Bajo el volcán, que Nicolas Cage estudiaría años después para Leaving Las Vegas, que le daría un Oscar. Fue Scrooge en el teatro y Winston Churchill en la televisión; se peleó con Audrey Hepburn en Dos en la carretera, se elevó hasta las cumbres del crimen en Muerte entre las flores y se alió con James Bond para combatirlo. “Estaba listo antes de que nacieras, hijo”, le soltaba su personaje, Kinkade, al agente 007 en Skyfall, su última aparición relevante en la gran pantalla. Decenas de estrellas del cine británico y mundial lloraron ayer su muerte en las redes sociales.

Nacido en Salford, en Reino Unido, en 1936, Finney empezó su despegue en la Real Academia de Artes Dramáticas. Allí coincidió en la misma clase con Peter O’Toole y Alan Bates, según recuerda The Guardian. Tal vez se fraguara entre esas paredes la chispa de aquella generación que cambió el cine británico, a la que también se sumaron Richard Burton o Richard Harris: les llamaron Free Cinema, es decir, jóvenes artistas airados, de procedencia popular —o de “clase media-baja”, según Finney—, tan atractivos como valientes, dispuestos a sacudir el séptimo arte y contagiarlo con la rabia obrera.

Aunque, de la tierra, Finney pasó pronto a las estrellas. Acumuló éxito en el teatro, sobre todo con obras de Shakespeare, y debutó en el cine con El animador, de Tony Richardson, en 1960. Aunque, ese mismo año, ya interpretó uno de sus papeles clave: Arthur Seaton, el antihéroe de la clase trabajadora, de Sábado noche, domingo mañana, está considerado como uno de los mejores estandartes del Free Cinema.

La fama, que él temía, le abrazó ya a los 24 años. Y eso que intentó rehuirla con otro rechazo: le contactaron para protagonizar Lawrence de Arabia pero entre el impacto que tendría el filme y la perspectiva de un monumental e incómodo rodaje, Finney soltó uno de sus noes más célebres. 

Para la historia queda su insolente «Tom Jones», que le valió un año después los primeros grandes reconocimientos de su carrera en forma de Copa Volpi en Venecia, de BAFTA en su tierra, del Globo de Oro al mejor actor revelación y la primera de sus cinco nominaciones al Oscar.

En los setenta hizo de todo: películas pequeñas, grandes, musicales, y, en 1974, Asesinato en el Orient Express. Ni el aplauso de Christie le convenció sin embargo para continuar: en Muerte en el Nilo, cuatro años después, Poirot ya era Peter Ustinov. Finney se había bajado del carro por las molestias del maquillaje y el calor del primer filme.

Con La sombra del actor y Bajo el volcán, en los ochenta dejó otras interpretaciones celebradas, aunque de esos años se recuerdan también la destrucción del matrimonio que perpetraba junto con Diane Keaton en Después del amor. Steven Soderbergh le quiso para Traffic y para el jefe de Julia Roberts en Erin Brockovich, su primera nominación al Oscar como actor de reparto. En las últimas décadas, Finney apareció en la saga de Bourne, en Un buen año o en Antes de que el diablo sepa que has muerto.

Fue, también, la versión ya anciana de Ed Bloom, el soñador iluso y empedernido de Big Fish. Cansado, anclado a la cama, el hombre todavía cultivaba el gusto por las grandes historias, ya fueran ciertas o inventadas. Quien recuerde el final de la película, puede fantasear: esté donde esté, que Albert Finney siga navegando.

Fuente: El País, ABC