mayo 2019

miércoles, 15 de mayo de 2019

Doris Day y Rock Hudson.


Los dos hicieron juntos tres películas que, a su modo, definen un mundo entero. Confidencias a medianoche, Pijama para dos y No me mandes flores son la culminación de las carreras de cada uno de ellos en lo que mejor sabían hacer. Michael Gordon, Delbert Mann y Norman Jewison diseñan tres comedias románticas sobre la idea no tanto del engaño, como de la mentira consentida, aceptada y finalmente convertida en la única realidad posible.

En las dos primeras cintas, se trata de contar la historia de una pareja que se detesta para, finalmente, amarse como nadie hubiera sido capaz nunca. En sus cuerpos y ademanes de triunfadores se fragua el sueño oculto de un espectador que ve cómo, a pesar de dificultades y desajustes, todo tiene sentido. Ni una sombra de duda. La última de ellas, la más imaginativa, juega con la idea de la perfección más allá de la perfección misma. Un marido hipocondríaco busca nuevo esposo a su mujer sabiéndose al final de sus días. Por supuesto, ocurre lo único que podría ocurrir. Nadie muere, sólo la propia idea de muerte.

Por supuesto, y como toca a su calidad de estrella del momento, Day fue mucho más que sólo la pareja de Hudson. También lo fue de Frank Sinatra (Siempre tú y yo), de James Cagney (Quiéreme o déjame), de James Stewart (El hombre que sabía demasiado), de Richard Widmark (Mi marido se divierte), de Clark Gable (Enséñame a querer) o de Cary Grant (Suave como visón).

En todas y cada una de las películas, pocas veces es discutida su condición de espejo de una sociedad entera. Quizá sólo Hitchcock, como siempre, se atrevió a leer en su cabellera rubia el principio de un abismo desconocido. Es relevante que, así como Rock Hudson prestó su imagen impoluta a lecturas provocadoramente incómodas del otro lado de ese sueño americano de la mano de Douglas Sirk (Solo el cielo lo sabe, Escrito sobre el viento o Ángeles sin brillo), rara vez la que encarnara a Calamity Jane en la redundante Doris Day en el Oeste dejó empañar su imagen perfectamente transparente. La que convirtiera la canción Qué será, será en algo más que una simple declaración de intenciones representaba en su amplitud la grandeza recurrente de una América que se soñó, otra vez, perfecta. 

Fuente: El Mundo

lunes, 13 de mayo de 2019

Fallece Doris Day

Doris Day nos ha dicho adiós este lunes, 13 de mayo, a los 97 años. Fue una de las estrellas más populares de Hollywood de los años 50 y 60 y protagonista Quiéreme o déjame, Té para dos, El hombre que sabía demasiado, A la luz de la Luna, Pijama para dos o Confidencias a medianoche, trabajo por el que logró su única nominación al Oscar.


Day murió a primera hora de este lunes en su casa de Carmel Valley, California, rodeada de sus familiares y amigos, según señaló su fundación, la Doris Day Animal Foundation, en un comunicado publicado en su página web.

Retirada del mundo del cine desde 1968, al igual que Greta Garbo que se negaba a envejecer en la pantalla. Lo haría, eso sí, en la tele, donde siguió trabajando.

La muerte de la actriz, cantante y sobre todo icono ha sorprendido a la cinefilia en la previa del Festival de Cannes. El instante preciso de la noticia del fallecimiento ha saltado a los móviles justo en el momento en el que Thierry Frémaux, el delegado general del Festival, reflexionaba en rueda de prensa sobre la función de las estrellas en un universo como el del cine. "Quizá", comentó, "ella sea un buen ejemplo del cambio de los tiempos. ¿Qué significa Doris Day para los jóvenes?". Y ahí, en la pregunta extraña y sin respuesta, lo dejó. Tal vez, la grieta que abre el nombre de Doris Day entre una generación y otra sea síntoma y hasta metáfora de algo mucho más profundo. 


sábado, 4 de mayo de 2019

90 aniversario del nacimiento de Audrey Hepburn

Audrey Hepburn
Este sábado 4 de mayo, la actriz habría cumplido 90 años si un cáncer de colon no se la hubiera llevado a un firmamento en el que hay más estrellas que en el legendario lema de la Metro Goldwyn Mayer. Tenía 63 años. Para celebrar su vida, Sean Hepburn Ferrer, el único hijo que tuvo con el actor Mel Ferrer, descendiente de un noble catalán, le ha obsequiado con el mejor de los regalos: poner Bruselas a sus pies. La ciudad que la vio nacer en la Rue Keyenveld 48.Tras muchos meses de una ardua labor, el 30 de abril se inauguró una exposición única, Intimate Audrey, en la que se pone de relieve a la mujer humanitaria, la esposa, la madre, la hija y la amiga. En definitiva, a la persona lejos de la artificialidad de aquel Hollywood dorado que más que hacer soñar, robaba los sueños. 

La selección del material tiene como resultado 800 imágenes inéditas, 12 film clips y 150 objetos icónicos entre premios, vestidos y dibujos. Esta muestra exclusiva está dividida en 10 partes: El árbol familiar, Nacida en Bruselas, De Londres a Nueva York, La noche de los Oscar, Una boda suiza, Audrey y Mel, Sean, Amigos, La Paisible (su casa de campo en Tolochenaz, Suiza, donde vivió los últimos 30 años de su vida) y El capítulo final (labor humanitaria con Unicef). Los beneficios obtenidos irán destinados a la Organización Europea de Enfermedades Raras y los hospitales The Brugmann and Bordet de la capital belga.



En declaraciones exclusivas a LOC, el único medio español en ser invitado, Sean afirma que "en esta ciudad nació el milagro. Lo que he pretendido es mostrar cómo era aquella niña que dejó su país hace 80 años hasta llegar a su faceta como embajadora de buena voluntad de Unicef". Aunque en la memoria colectiva Audrey es un icono de estilo y una estrella de cine, Sean la recuerda como "una madre maravillosa, una gran amiga y alguien que tuvo la suerte de ser una persona normal que tomó decisiones simples en la vida. Y ahí está la respuesta a la pregunta de por qué sigue siendo una leyenda, ya que sentimos de forma instintiva que fue una de nosotros y no una de ellos". Porque Audrey siempre huyó de la artificialidad de un Hollywood ávido por fagocitar a las estrellas que había fabricado. A pesar de haber rodado Vacaciones en Roma, My Fair Lady o Sabrina, siempre fue una mujer frágil marcada por una dura infancia a pesar de ser la única hija de la baronesa Ella van Heemstra -descendiente del rey Eduardo III de Inglaterra- y de Joseph Victor Ruston, que trabajaba en una compañía de seguros. "Su niñez fue preciosa hasta que el padre la abandonó y le partió el corazón. La infancia fue dura porque pasó hambre, frío, vivió los bombardeos de la II Guerra Mundial y estuvo privada de libertad". Por tal motivo emigró a Londres con su abuela y, desde allí, a Nueva York, donde tuvo la suerte de encontrarse por azar con la escritora Colette en la playa de Montecarlo, que tras escribir Gigí quiso que Audrey la protagonizara en Broadway en 1951. Aquella aventura la catapultó dos años más tarde a la meca del cine donde debutó con Vacaciones en Roma, por la que consiguió su primer Oscar. Sin que ella fuera consciente, se había engendrado a uno de los mayores iconos del siglo XX y que la convirtió en una de las mujeres más fotografiadas del siglo.

En la entrada de la exposición en el Espace Vanderborght, Sean pone de relieve la importancia de la imagen: "Hay que explicarles a los jóvenes que hoy haces una foto con el móvil y ya está. Pero en aquel momento tenías que elegir un set, iluminarlo, contratar maquillaje, peluquería y vestuario, ensayar las poses, hacer una polaroid para ver cómo había quedado la iluminación, se hacían varias galerías de fotos, los contactos se enviaban por correo, mi madre aprobaba las mejores fotos, se volvían a enviar por correo, se imprimían y se hacían los kits de prensa a máquina que se distribuían por todo el mundo. El coste medio de una foto desde el principio al final del proceso equivaldría al precio de un iPhone de hoy en día".

Paseando por los 800 metros cuadrados de esta exposición única donde el blanco y el azul marino de sus paredes hace resaltar la belleza de las imágenes, cualquiera puede ser consciente de la sencillez de la que hizo gala la actriz. Ni rastro de suntuosas mansiones, Rolls Royces o diamantes gigantescos como los de Elizabeth Taylor, que aparece en una de las fotografías bailando con Mel Ferrer mientras que Audrey lo hace con Eddie Fisher, cuarto marido de la actriz de los ojos violeta. De hecho, las únicas joyas que están en la muestra son las diminutas alianzas de oro de la boda de los padres de Sean, celebrada en 1954, ubicadas en una pequeña vitrina al lado del vestido de novia. Una pieza que llama la atención por su cinturita de avispa. Sean se siente satisfecho. 

Durante los próximos cuatro meses, la exposición será uno de los emblemas de la ciudad belga. En este momento tan especial está acompañado de su familia, su mujer, Karin, y sus tres hijos, Emma y Santiago. También está Athena y Adone, los hijos que Karin ha aportado de otro matrimonio y que llevan el apellido Hepburn. A tenor de cómo Sean describe a su madre, Emma parece que ha heredado algunos de los rasgos de la actriz. Es alta y espigada, aparentemente frágil, dulce y cariñosa y en su rostro se puede apreciar un gran parecido a la abuela que no pudo conocer. "Muchas gracias, es un bonito piropo", responde cuando se le comenta que tiene los mismos ojos que ella. Incluso calza unas zapatillas planas con unas cintas atadas a su tobillos. Una vez más, el look Audrey. "No lo hago a propósito, ya que este es mi estilo", confiesa a LOC. A quien sí llegó a conocer fue a su abuelo, Mel, que falleció cuando ella tenía 14 años: "Cuando iba a su casa de pequeña solíamos jugar a una especie de escondite. Mel escondía un tapón de corcho y yo tenía que encontrarlo, pero la cosa se complicaba cuando lo metía en una puertecita secreta (risas). Nunca me habló de mi abuela porque yo era demasiado joven para preguntarle. Mi padre me dice que, por un lado, fue un hombre complicado y testarudo que tenía mala reputación por ser demasiado controlador, pero conmigo siempre fue muy cariñoso. Yo no tenía ni idea de que fuera un icono". De hecho, no le falta razón. Es el propio Sean quien comenta en varias ocasiones que fue Mel, su padre, quien ayudó a Audrey a lidiar con los tiburones hollywoodenses. Fue su pigmalión creativo. Su primogénito también confiesa que sus hijos aún están descubriendo a su abuela. "En aquella época, los actores tenían al final de su contrato una cláusula que les permitían tener una copia en 16 milímetros de las películas que rodaban. Yo descubrí lo que hacía mi madre armando un viejo proyector y colgando una sábana del techo del desván de la casa. Poco a poco fui sabiendo quién era. Y de la misma manera, deseo que mis hijos hagan lo mismo. No quiero empujarles a una dirección o a otra. Lo están haciendo sin prisas". Sin duda, Audrey es inmortal.

Fuente: El Mundo