febrero 2019

sábado, 23 de febrero de 2019

Fallece Stanley Donen

Stanley Donen ha fallecido este sábado en Manhattan (Nueva York). Ha sido uno de sus hijos, el crítico de cine del Chicago Tribune Michael Phillips, el que ha confirmado a través de Twitter la muerte de su famoso padre. Codirector junto a Gene Kelly de Un día en Nueva York y Cantando bajo la lluvia, y responsable de Una cara con ángel, Charada, Dos en la carretera o Lío en Río, con Donen desaparece una manera de hacer cine surgida de los grandes estudios. Por eso no rodó ninguna película desde que estrenó en 1984 Lío en Río. Y solo tenía 60 años. “Quieren que vuelva a hacer mis viejas películas, pero ya están hechas”, decía.



Donen nació en Columbia (Carolina del Sur) el 13 de abril de 1924, aunque decía que en realidad vio la luz cuando, con nueve años, vio a Fred Astaire y a Dolores del Río bailar en Volando a Río de Janeiro: “Me parecía que la vida merecía la pena ser vivida gracias a Fred Astaire”. Su infancia estuvo marcada por la monotonía de la pequeña comunidad sureña, a lo que añadió cierto aislamiento social por su ascendencia judía. Desde niño estudió música, piano y clarinete, obligado por su padre, hasta que en plena adolescencia decidió imitar a Astaire y centrarse en el claqué. Con 16 años se fue a Nueva York, donde un año más tarde debutó en Broadway como chico del coro en la obra Pal Joey, donde coincidió con Gene Kelly, que la protagoniza, y George Abbott, que la dirigió, y con la ayuda de ambos pasó de bailarín a coreógrafo.

Siguiendo a Kelly, Donen llegó a Hollywood a principios de los cuarenta: Kelly exigió que fuera su asistente personal en Las modelos y Levando anclas. En 1949 Donen por fin debutó tras las cámaras con Un día en Nueva York, que codirigió con Kelly. Tal fue su amistad entre ambos, que incluso compartieron esposa: en diferentes décadas, eso sí.

De carácter romántico y optimista, sus innovadoras coreografías (como la de Fred Astaire bailando por el techo y las paredes de una habitación en Bodas reales) y su dominio técnico (fue el primer director de musicales en utilizar con éxito el CinemaScope) le situaron como el rey del género musical —con el permiso de Vincente Minnelli— con títulos como Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, Siempre hace buen tiempo, Una cara con ángel, El juego del pijama o Seremos campeones. Donen supo reinventar los musicales de Hollywood y hacía soñar a los espectadores que veían sus historias en la gran pantalla. “Para mí, dirigir es como el sexo: cuando es bueno, es muy bueno, pero cuando es malo, aún es bueno”, aseguró en una de sus citas más conocidas.


Con el declive del género, el cineasta se reconvirtió a lo largo de los sesenta en director de sofisticadas e intimistas comedias románticas, entre las que destacan sus colaboraciones con Cary Grant en Indiscreta (junto a Ingrid Bergman) y Página en blanco (junto a Deborah Kerr), y de versiones hitchcockianas como Charada (otra vez con Cary Grant) y Arabesco. Otra de sus grandes colaboradoras y amigas fue Audrey Hepburn, a la que definió así: "Era increíble. Atractiva, femenina, generosa. Dulce".

Desde 1965 le costará encontrar guiones a su altura y ya hace de todo, con muy distintos resultados: desde un espectacular drama romántico (Dos en la carretera) hasta ciencia-ficción (Saturno 3), pasando por comedias sexuales (La escalera y Lío en Río), parodias (Los aventureros de Lucky Lady y Movie, Movie) y farsas (Al diablo con el diablo). A pesar del recuerdo popular, solo 11 de los 27 filmes que dirigió Donen son musicales. “Bailar, cuando yo lo hacía, es la cosa más dura del mundo que uno pueda imaginar. Para mí era lo más difícil. Porque el cuerpo es muy limitado. Yo solo puedo hallar la concepción de un número, pero no la concepción del movimiento físico en el baile que da sentido al número. Así que me siento profundamente agradecido por haber contado con gente como Bob Fosse [en El pequeño príncipe]”. Su último trabajo fue el telefilme Cartas de amor, que rodó en 1999 para la televisión por cable. Casado en cinco ocasiones, padre de tres hijos, su actual pareja era la directora, guionista y actriz Elaine May.

"El cine no representa el entorno en que todos estamos sumergidos, sino otro nivel de verdad, más profundo, el de los sentimientos, de las emociones. Eso he buscado siempre. No el mundo en su totalidad, sino los pormenores. Alguien dijo que Dios está en los detalles. Pues tenía razón", dijo en una entrevista a este diario en 2010, en la que también explicaba sobre su trabajo: "No rodaba películas con la intención de reflexionar sobre el mundo. Mis películas son trocitos, añicos de verdades interiores. Tengo una idea y reacciono ante ella. No intento darle una dirección con la razón. Hacer cine es como enamorarse".

Donen nunca fue muy dado a los discursos. Y tampoco le agradaban los homenajes. Recibió uno en San Sebastián en 1996 con un cartel especial que le gustó mucho —ya había ganado la Concha de Oro con Dos en la carretera—. En los Oscar de 1997 —nunca obtuvo ni una nominación— recibió la estatuilla de honor de manos de Martin Scorsese. En su discurso de agradecimiento, que vino precedido por una gran ovación de los asistentes, cantó con su humor característico el clásico Cheek to Cheek, de Fred Astaire, se marcó unos pasos de baile que deleitaron al público y dijo que el secreto para ser un buen director es rodearse de los mejores en cada campo y, “cuando comienza el rodaje, no entrometerse en sus labores”.

Fuente: El País, La Vanguardia

viernes, 8 de febrero de 2019

Fallece Albert Finney

Actor tan carismático como versátil, siempre se negó a tener agente, y rechazó los títulos honoríficos de caballero y comandante de la orden del imperio británico. Renegaba de quien le llamaba “sir”, porque “solo perpetúa una de las mayores enfermedades inglesas, el esnobismo”. Pudo armarle una revuelta incluso al cáncer, que pareció superar en 2011. Desde hoy viernes, sus películas y su espíritu indómito son un legado para miles de fans: Albert Finney falleció, a los 82 años, en el hospital Royal Marsden, en las afueras de Londres, por una infección en el pecho.

Finney, en la película 'Erin Brockovich' (2000)

Desaparece, así, el mejor intérprete del detective Hércules Poirot, en palabras de la mismísima Agatha Christie; o el cónsul alcohólico de Bajo el volcán, que Nicolas Cage estudiaría años después para Leaving Las Vegas, que le daría un Oscar. Fue Scrooge en el teatro y Winston Churchill en la televisión; se peleó con Audrey Hepburn en Dos en la carretera, se elevó hasta las cumbres del crimen en Muerte entre las flores y se alió con James Bond para combatirlo. “Estaba listo antes de que nacieras, hijo”, le soltaba su personaje, Kinkade, al agente 007 en Skyfall, su última aparición relevante en la gran pantalla. Decenas de estrellas del cine británico y mundial lloraron ayer su muerte en las redes sociales.

Nacido en Salford, en Reino Unido, en 1936, Finney empezó su despegue en la Real Academia de Artes Dramáticas. Allí coincidió en la misma clase con Peter O’Toole y Alan Bates, según recuerda The Guardian. Tal vez se fraguara entre esas paredes la chispa de aquella generación que cambió el cine británico, a la que también se sumaron Richard Burton o Richard Harris: les llamaron Free Cinema, es decir, jóvenes artistas airados, de procedencia popular —o de “clase media-baja”, según Finney—, tan atractivos como valientes, dispuestos a sacudir el séptimo arte y contagiarlo con la rabia obrera.

Aunque, de la tierra, Finney pasó pronto a las estrellas. Acumuló éxito en el teatro, sobre todo con obras de Shakespeare, y debutó en el cine con El animador, de Tony Richardson, en 1960. Aunque, ese mismo año, ya interpretó uno de sus papeles clave: Arthur Seaton, el antihéroe de la clase trabajadora, de Sábado noche, domingo mañana, está considerado como uno de los mejores estandartes del Free Cinema.

La fama, que él temía, le abrazó ya a los 24 años. Y eso que intentó rehuirla con otro rechazo: le contactaron para protagonizar Lawrence de Arabia pero entre el impacto que tendría el filme y la perspectiva de un monumental e incómodo rodaje, Finney soltó uno de sus noes más célebres. 

Para la historia queda su insolente «Tom Jones», que le valió un año después los primeros grandes reconocimientos de su carrera en forma de Copa Volpi en Venecia, de BAFTA en su tierra, del Globo de Oro al mejor actor revelación y la primera de sus cinco nominaciones al Oscar.

En los setenta hizo de todo: películas pequeñas, grandes, musicales, y, en 1974, Asesinato en el Orient Express. Ni el aplauso de Christie le convenció sin embargo para continuar: en Muerte en el Nilo, cuatro años después, Poirot ya era Peter Ustinov. Finney se había bajado del carro por las molestias del maquillaje y el calor del primer filme.

Con La sombra del actor y Bajo el volcán, en los ochenta dejó otras interpretaciones celebradas, aunque de esos años se recuerdan también la destrucción del matrimonio que perpetraba junto con Diane Keaton en Después del amor. Steven Soderbergh le quiso para Traffic y para el jefe de Julia Roberts en Erin Brockovich, su primera nominación al Oscar como actor de reparto. En las últimas décadas, Finney apareció en la saga de Bourne, en Un buen año o en Antes de que el diablo sepa que has muerto.

Fue, también, la versión ya anciana de Ed Bloom, el soñador iluso y empedernido de Big Fish. Cansado, anclado a la cama, el hombre todavía cultivaba el gusto por las grandes historias, ya fueran ciertas o inventadas. Quien recuerde el final de la película, puede fantasear: esté donde esté, que Albert Finney siga navegando.

Fuente: El País, ABC