diciembre 2018

viernes, 14 de diciembre de 2018

Las estrellas centenarias

Olivia de Havilland
Artículo publicado originalmente en EL PAÍS:

Aparecen de vez en cuando fotografías de alguien que parece empeñado en vivir eternamente y ojalá que no prolonguen su estancia en la tierra contra su voluntad, con un rostro que parece hermanado con el formol y que exhibe una sonrisa que alguna vez fue legendaria. Ha cumplido 102 años y el cine decidió que se llamara Kirk Douglas, aunque el hijo del trapero judío fuera bautizado como Issur Danielovich. En la pantalla este actor grandioso representó la fiereza inteligente, la complejidad, la determinación, la veracidad, el peligro. Su presencia y su obra son inmortales, pero hace mucho tiempo que se jubiló de su arte. También ha superado los 102 Olivia de Havilland. Nunca fue sensual, pero admitamos que sabía sufrir en silencio, como demostró modélicamente en Lo que el viento se llevó y La heredera.“Somos ángeles con arrugas feroces en los pómulos”, cantaba Lucio Dalla. Y la memoria insiste en recordar a todos aquellos ángeles y demonios, tan humanos, tan magnéticos, que todavía no se han largado al otro barrio, retirados por voluntad propia o a la fuerza del territorio en el que fueron reyes y reinas durante tanto tiempo, desde el que desplegaron un encanto que enamoraba a los espectadores de cualquier parte, convencidos de que las películas eran de los intérpretes y no de esos seres invisibles llamados directores.



Lo aconsejaba un poeta: “Guarda tus mejores recuerdos, y si llegas a viejo, que te sirvan”. Mis visitas durante una década a esas antesalas del cielo, del infierno o de la nada llamadas residencias de ancianos, lugares desoladores (aunque posean cien estrellas) en los que constatas el final del camino para seres que vegetan, o con la mirada acuosa y perdida, o gimientes, o temerosos y gritones ante fantasmas que solo ven ellos, o medicadamente apacibles, me hacen desear con toda mi alma, con infinita compasión, que algunos de sus moradores aún dispongan del consuelo o la alegría de recordar que en algunos momentos de sus vidas sintieron algo parecido a la felicidad.

Kirk Douglas en Espartaco
Yo deseo que esas estrellas jubiladas de su oficio hagan memoria de que disfrutaron en su trabajo y en su existencia del esplendor en la hierba. Y no sé si les importa, pero que recuerden también que a esos desconocidos llamados espectadores nos hicieron más grata la existencia. Sigue vivo y retirado el gran Sean Connery, aquel tipo tan atractivo y convincente que protagonizó las tres películas de aventuras más hermosas de los años setenta: El hombre que pudo reinar, El viento y el león y Robin y Marian. También el hipnótico Gene Hackman, alguien que hacía creíbles a todos sus personajes, en cualquier género, dotando de matices al bien y al mal. Y Sidney Poitier, aquel elegante señor negro, abarrotado de talento, al que el Hollywood militantemente blanco no tuvo más remedio que otorgarle categoría de estrella, alguien que vendía infinitas entradas entre el público de todas las razas.

¿Y ellas, las jubiladas? ¿Qué contar de Sofía Loren, mujer entre las mujeres, belleza en grado extremo y nervio, desgarro y sensibilidad, dramática y comediante, intensa y sobria, capaz de transmitir un registro inacabable de sensaciones? Y sospecho que ningún varón heterosexual fue inmune a la volcánica sensualidad de Brigitte Bardot (sí, la aguerrida madrina de las focas e inquebrantable amante del Frente Nacional) y de Kim Novak. Tengo claro que el arte de interpretar alcanza niveles sublimes en actrices como Katherine Hepburn y Meryl Streep. Bardot y Novak son otra cosa, pero siempre compré la entrada para todas las películas que hicieron. Doris Day tampoco ha muerto, pero jamás me ha fascinado en ningún sentido. Y sigue viva la formidable Eva Marie Saint, conmovedora, desamparada y tierna intentando redimir a Brando en La ley del silencio, coqueteando con enorme estilo y seguridad absoluta ante el monarca de la seducción Cary Grant en Con la muerte en los talones. Que la vejez sea piadosa y benigna con esta inolvidable gente.

Fuente: EL PAIS (Carlos Boyero)

martes, 4 de diciembre de 2018

Rock Hudson. All that heaven allows



'All That Heaven Allows', la biografía de Rock Hudson escrita por Mark Griffin.Rock Hudson vivió como un galán entregado a cultivar el arte de la seducción. Un gigante que medía 1,95 y que con su tamaño y su físico elevaba los suspiros de los espectadores. Realizó su mejor interpretación aparentando durante años una heterosexualidad que no dejó que se fisurara ni ante algunas de sus amistades más íntimas y vivió en la clandestinidad una homosexualidad blindada que solo quedó al descubierto pocos meses antes de que muriera en octubre de 1985 a causa del sida, un año después de habérsele diagnosticado la enfermedad.

Como ocurre con todas las leyendas y él lo fue por partida triple —como intérprete, como icono sexual y después como una de las primeras estrellas que visibilizó el sida— el fin de su vida no significó el ocaso del mito. Con el paso de los años han ido apareciendo detalles sobre su vida y biografías que han ido desvelando aspectos desconocidos de la estrella y de la persona. Ahora llega Rock Hudson. All that heaven allows, la que se ha calificado como la biografía definitiva de Roy Harold Scherer, el hombre que nació en Winnetka (Illinois) y que se ocultó durante sus 59 años de vida bajo el nombre que eligió para su carrera cinematográfica: Rock Hudson.

El libro escrito por Mark Griffin, que se convertirá en película, ofrece —según críticas de medios norteamericanos— una visión equilibrada y reflexiva sobre la vida del actor. El título es homónimo de la película que protagonizó en 1955 junto a Jane Wyman y podría traducirse como Solo el cielo lo sabe. 496 páginas para las que se ha contado con declaraciones de más de cien personas que tuvieron relación con el actor y que desvelan aspectos desconocidos sobre el calvario personal que vivió más allá de sus esfuerzos por ocultar su homosexualidad.

Cuando era un niño vivió el abandono de su padre, la precariedad económica y el carácter manipulador y dominante de una madre que le creó inseguridades que formaron parte de su personalidad durante toda su vida. Lee Garlington, que fue uno de sus amantes y a quien el actor llegó a calificar en sus últimos días como el “amor de su vida”, desveló en 2015 que una de las razones de su ruptura fue precisamente que él “quería una figura paterna” y Hudson “no era la suficientemente fuerte. Era un gigante amable”.

Durante su infancia el actor también se topó con un padrastro alcohólico que, según afirma el libro, abusó de él. Y después llegó su agente, Henry Wilson, conocido en el mundillo por estar especializado en captar jóvenes guapos a los que intentaba lanzar a la fama con la misma tenacidad con la que pretendía que pasaran por sus sábanas. En una obra anterior titulada Rock Hudson erotic fire, el historiador cinematográfico Darwin Porter desveló que en los comienzos de sus carreras Hudson y Marilyn Monroe tuvieron una aventura y que fue ella quien decidió darla por acabada con el argumento de que ambos “tendrían que mentir sobre algunos sofás” para ascender en su carrera.

Y así fue en ambos casos, con la diferencia de que Hudson se tuvo que prodigar entre ambos sexos y protegerse, como descubre la nueva biografía, de sus amantes masculinos, siempre dispuestos a dar detalles sobre la inclinación homosexual del intérprete a cambio de un puñado de dólares. Para evitarlo estaba precisamente Wilson, que acabó cansado de sobornar a jovencitos lenguaraces y terminó por obligar a Rock Hudson a casarse con su secretaria, Phyllis Gates, quien terminó por divorciarse en 1959, cuatro años después su engañoso matrimonio.

El sida, según la obra de Griffin, solo logró aumentar el sufrimiento del actor, no solo por el tremendo deterioro físico que experimentó, sino también por los meses en los que vivió angustiado porque se descubriera su secreto. La puntilla final la dio su último novio, Marc Christian, que denunció a Hudson y su secretario, Mark Miller, por 10 millones de dólares bajo la acusación de haberle puesto en riesgo por ocultarle la enfermedad que padecía el actor. Christian consiguió un acuerdo multimillonario en 1991 y murió en 2009, sin signos de sida, a causa de problemas pulmonares.

Fuente: EL PAÍS