El hombre que quiso matar a John Wayne

lunes, 23 de abril de 2012

El hombre que quiso matar a John Wayne


En uno de los episodios más delirantes de la Guerra Fría, José Stalin quiso matar al símbolo de América, que había concluido que no era el águila de cabeza blanca sino John Wayne, y envió a dos sicarios de la NKVD de Lavrenti Beria para que se infiltrasen en Hollywood, vestidos con camisas de Hawai, y le metiesen al actor una libra de plomo. ¡Pobres sicarios bolcheviques! No sabían que con John Wayne no pudo ni Liberty Valance.


Stalin sucedió a Lenin en 1924 pero espiritualmente fue heredero del zar Iván IV ‘el Terrible’ y veía un conspirador detrás de cada cortina. Nunca trabajó la empatía con la famélica legión y especuló con el grano mientras millones de ucranianos se morían de hambre. Propagó su imagen por cada kilómetro de los muchos que tiene la extensa Rusia y obligó el culto a su persona, fue el hombre que quiso ser dios y, sin embargo, rezaba a la virgen de Kazán.  
John Wayne


A finales de los años cuarenta, de regreso de una conferencia de paz en Nueva York, el director de cine Sergei Gerasimov, discípulo de Eisenstein, le contó a Stalin que había un vaquero bocazas que enarbolaba la bandera del anticomunismo en Hollywood. John Wayne decía que interpretar era hablar bajo, despacio y no decir demasiado y, sin embargo, a Stalin le pareció que lo que decía era suficiente.


Wayne personificaba el espíritu del pionero, la Frontera, el rifle y la Biblia y el pavo en familia el Día de Acción de Gracias, le llamaban el Duque, cobraba un millón por película y estaba al frente de la Asociación para la Preservación de los Ideales Americanos, una logia de republicanos a los que les resultaba incómodo tener que vivir con un brazo izquierdo. Stalin ya estaba completamente desquiciado, y probablemente borrcho, cuando ordenó la eliminación del actor, pero Lavrenti Beria se apresuró a sacar dos pasajes para Disneylandia a un par de ejecutores de la NKVD. Los dos ‘tovarich’ consiguieron entrar en los estudios de la Warner Brothers haciéndose pasar por agentes del FBI, pero antes de que tuviesen a tiro a John Wayne fueron detenidos por agentes federales de verdad. Al Duque le gustaba contar que les llevaron a una playa de Los Ángeles en donde él y Ward Bond, su compañero , les atizaron una zurra, lo que parece más bien una de esas historietas que se cuentan cuando el cóctel se va animando. Devolvieron al par de rusos al remitente y Beria les organizó una gira sin billete de vuelta por los yermos de Siberia, donde los días son cortos y las noches desoladas.




Stalin murió en marzo de 1953, oficialmente de una apoplejía derivada de su hipertensión. El nuevo ‘zar rojo’ fue Nikita Jrushchov. 


El Duque
John Wayne siguió cabalgando en las praderas de nuestra infancia. Stalin tenía razón, al final, y el Duque era simbólico como un coloso de mármol: en 1979 sus compatriotas le eligieron el segundo americano más famoso de la historia después de Lincoln, por delante de Washington, de Benjamin Franklin y de los astronautas del Apolo 11. Jrushchov confirmó en sus memorias que la orden de matar a Wayne había existido, pero que él mismo la revocó a la muerte de Stalin. 


En 1966, cuando John Wayne hizo una visita a las tropas americanas destacadas en Vietnam, un francotirador de Ho Chi Minh intentó volarle la cabeza pero falló el tiro. Nadie podía con el Duque. Ni el Vietkong, ni Stalin ni los comanches y al final mordió el polvo por el fuego amigo. En 1958 rodó los exteriores de ‘El Conquistador de Mongolia’ en el desierto de Saint George, en Utah, donde el ejército americano había ensayado pruebas nucleares. El Pentágono aseguró a los productores que no existía riesgo de contaminación radiactiva pero con el tiempo cien miembros del equipo de rodaje engancharon el cangrejo de la muerte. El de John Wayne le atenazó el pulmón izquierdo y se lo llevó a la tumba en 1979.


fuente: ABC

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