Marlon Brando |
El centro de Londres es polvo y obras, bullicio y ruido. Y es lógico que la ciudad esté patas arriba: a la vuelta de la esquina, en un año, esperan unos Juegos Olímpicos. Pero el barullo de una urbe ya de por sí embarullada no perturba el sueño de los eternamente vivos: Greta Garbo, Rock Hudson, Grace Kelly o el salvaje Marlon Brando se exhiben, impertérritos, en la señorial National Portrait Gallery.
Elizabeth Taylor |
La exposición, Glamour de los dioses: Retratos de Hollywood, abrió sus puertas la semana pasada, y así permanecerán hasta el próximo 23 de octubre. No son muchas salas, solo tres, pero en esos escasos metros cuadrados se acumulan décadas de lujo, buen gusto y belleza. Olviden el mareante 3D, la agitación de los efectos especiales o el estrépito de las explosiones modernas:aquí todo es elegancia y calma. La que transmiten los grandes iconos del mejor cine de la historia.
No exageramos: vale la pena, y es gratis. El inconfundible cine mudo grita desde los retratos de Oliver y Hardy, los inolvidables el gordo y el flaco. Una semidesnuda Carole Lombard sugiere desde la pared que las diosas del pasado no tienen nada que envidiar a las modernas. Buster Keaton llora para arrancarnos la risa. Cary Grant personifica la perfección hecha blanco y negro. YRonald Reagan y Johnny Weissmuller, el uno mal actor y buen político, el otro Tarzán eterno, simbolizan el eterno masculino.
Marlene Dietrich |
Cada foto cuenta una historia. La de Vivien Leigh es la de una maravillosa película: Lo que el viento se llevó. La de Alfred Hitchcock y el león de la Metro, la de una era: aquella en la que los dioses del cine reinaban sobre un público fascinado, boquiabierto, mortal. Las de Liz Taylor narran la increíble vida de una irrepetible mujer: primero jovencísima, inocente, angelical. Después, en una playa española rodando De repente el último verano, la de una hembra mayestática. Un gato salvaje. El deseo.
Grace Kelly |
Y en la última pared, despidiéndonos del panteón de las leyendas antes de lanzarnos a la cotidiana existencia, quizá lo mejor de una superlativa colección de instantáneas. ¿Cómo olvidar a la todavía desconocida Marilyn Monroe desnuda sobre una sábana roja? Cobró por esa sesión cincuenta dólares, pero a cambió regaló su imagen a la eternidad. James Dean abre bien los ojos en Rebelde sin causa, y esos dos enormes planetas miopes anuncian un trágico e inevitable destino. ¿Y Rock Hudson? Bello como un dios, el busto perfecto, una estatua hecha de masculinidad, fragilidad y hermosura. Y, a escasos centímetros, Brando. Brutal. Único. El más grande.
Joan Collins |
Bob Coburn, A. L. 'Whitey' Schafer, Ray Jones, Jack Freulich, Frank Powolny... Sus retratos dijeron todo lo que nunca expresaron sus nombres. En el centro de la exposición, una mesa rememora algunas de sus sesiones, y cómo el frágil ballet de maquilladores, iluminadores y estrellas se despliega ante sus cámaras. O sus trucos para disimular las imperfecciones de unas facciones perfectas. O sus propios rostros, siempre anónimos.
En las paredes, en cambio, yace su obra. Fresca, mágica e inolvidable. Y es lógico: está hecha con el material con el que se fabricaban los sueños.
Clark Gable |
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