Burt y Ava |
Burt Lancaster, una leyenda que este sábado habría cumplido cien años, actor con un físico prodigioso, una brillante sonrisa y una dicción impecable que convirtieron a un trapecista de circo en una de las mayores estrellas del cine clásico estadounidense.
Destinado a brillar por un sendero propio, Lancaster nació el 2 de noviembre en el Spanish Harlem de Nueva York en el seno de una familia humilde. Sin embargo, su gran pasión por el deporte le llevaría a la Universidad, institución que abandonaría cuando un trapecio se cruzó en su vida. Amante de las peripecias, de los riesgos y de la adrenalina, se convirtió en acróbata de circo. Sin embargo, una lesión en la mano le obligaría a dejar esa "gran vida", según confesó en una ocasión.
Deprimido por abandonar el sueño de su juventud, comenzó a hacer pequeños trabajos, pero con un físico espectacular (medía 1,85 metros) una melena dorada y una cautivadora sonrisa solo fue cuestión de tiempo que alguien le descubriera para el espectáculo. Su primer trabajo como intérprete fue en una obra teatral de Broadway, A Sound of Hunting. Un rotundo fracaso, ya que apenas se mantuvo tres semanas en cartel, pero que le sirvió para abrirse un hueco en la sibilina industria del cine.
Su primer papel en una cinta ya le reportó un éxito incondicional. Junto con Ava Gadner protagonizó Forajidos (1946), una película que obtuvo cuatro nominaciones al Óscar, entre ellas mejor director y banda sonora original. A partir de este momento su carrera fue meteórica. Con papeles protagonistas en películas de aventuras como El halcón y la flecha (1950) o El temible burlón (1952), Lancaster se convirtió en un referente del cine de aventuras de la década de los cincuenta.
Su rol de hombre rudo cuajaba perfectamente con su personalidad, siempre tildada, por cineastas y colegas, de violenta y difícil de manejar, pero fueron sus saltos y acrobacias los que le llevaron directo hasta la alfombra roja.
Sin embargo, poco a poco el artista tuvo la necesidad de superarse a sí mismo y aceptó papeles cada vez más complejos dramáticamente. Lancaster se convirtió en la primera "estrella" independiente con su propia productora, rompiendo con los grilletes de los estudios, algo que no se había concebido con anterioridad.
Icono del cine clásico estadounidense estampó su atlética figura en los anales del séptimo arte al protagonizar una de las escenas más tórridas de la cinematografía del siglo XX con la cinta De aquí a la eternidad (1953). Aquél revolcón en las cálida orilla hawaiana junto a la actriz Deborah Kerr le valió su primera nominación de la Academia de cine optando a una estatuilla como Mejor Actor.
Sin embargo, no sería hasta El fuego y la palabra (1960) cuando el actor obtuvo ese reconocido galardón. Le fue "fácil", argumentó en una ocasión, puesto que se interpretaba a sí mismo en la pantalla, un charlatán, farsante enamorado de las mujeres y el whisky.
Volando solo como un águila, Lancaster alcanzó los papeles más elevados de su carrera: El hombre de Alcatraz (1962), El gatopardo (1963), que consideraba como su mejor actuación, o Atlantic City (1980).
Rebelde, idealista y revolucionario; comprometido con las causas sociales y políticas, era común ver al neoyorquino liderando manifestaciones en favor de las minorías raciales y de la igualdad sexual.
Además, protestó enérgicamente contra las guerras y las intrigas políticas en películas como "
Acción ejecutiva (1973) o Alerta misiles (1977).
Casado en tres ocasiones y con cinco hijos, Lancaster falleció el 20 de octubre de 1994, a los 80 años en Los Ángeles, víctima de un infarto. Condenado a una silla de ruedas y mudo desde hacía tres años, murió sin dejar que ningún conocido se despidiera personalmente de él.
"Deseo que me recordéis como me conocisteis y no que veáis en lo que me he convertido", dijo a través de un mensaje a sus amigos.
Fuente: RTVE.es
Fuente: RTVE.es
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