Olivier en Rebecca, junto a Fontaine |
Durante más de medio siglo, el inigualable Laurence Olivier, asumió todos los honores de la célebre escena británica tras la II Guerra Mundial. La interpretación le ennobleció y su elegancia escénica le situó como uno de los galanes de la época más venerados. Sólo en la intimidad afloraba su rivalidad venenosa y destructiva hacia sus compañeros de reparto y directores, a los que profiere un desprecio absoluto. Nadie parecía salvarse de la retórica agresiva de Olivier. Desde la actriz, Merle Oberon, con la que protagonizó Cumbres Borrascosas, a la que tacha de «pequeña y tonta aficionada», a Joan Fontaine, junto a la que protagonizó el éxito de Hitchcock Rebecca, a la que califica como «desagradable», o Burt Lancaster y Kirk Douglas, sus compañeros en El discípulo del diablo, contra los que espeta: «Qué podían enseñarme esos dos sobre actuación».
Un cuarto de siglo después de su muerte, su viuda, la actriz Joan Plowright, ha consentido que las recalcitrantes 50 horas de grabación donde Olivier destripa a lo más selecto de la época dorada del cine sean utilizadas por el biógrafo e historiador Philip Ziegler, que publicará un libro el próximo septiembre, bajo el título Olivier. Su carácter mordaz y su incisivo estilo al calificar a sus compañeros de escenario trasvasa las palabras y se materializa en hechos, siendo la mayor damnificada su auténtico amor, la actriz Vivien Leigh, con la que estuvo casado 20 años. La enfermedad mental y las continuas amenazas de suicidio por parte de ella agrian al ya de por sí exasperado Olivier, que acaba por manifestar su lado más violento frente a la débil y perdida Vivien. Según declara, Sarah Miles, la amante de Olivier, en un artículo en el Daily Mail, en una ocasión, Laurence estalló y empujó a su mujer contra una chimenea creyendo haberla matado. Al reaccionar y comprobar que estaba viva, le abroncó: «La próxima vez te mataré».
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