Cuando Katharine Hepburn se fue, un 29 de junio de 2003, pocos lo esperaban. Algunos pensaban que el icono feminista del Hollywood clásico ya había muerto a sus 96 años. Otros pensaban que la autoproclamada 'abuela del mundo' tenía que ser inmortal. La primera mujer que llevó pantalones en el cine mantuvo una relación de 25 años con Spencer Tracy o desafió las normas imperantes en un conservador Hollywood, nos dijo adiós hace ahora quince años. Y aunque la memoria colectiva se diluye con el tiempo, es de esperar que su carácter indómito y la aureola idealizada del cine clásico la hagan perdurar mucho tiempo más.
Con su aspecto de niña bien de la Costa Este norteamericana, pocos podrían imaginarla en la España de Franco que soñó con sus películas. Pero, en el verano de 1970, Hepburn se paseó por las calles de Atienza, un pequeño pueblo de Guadalajara. Allí se rodaban Las Troyanas, una adaptación de la obra clásica de Eurípides en la que la actriz ya exhibía su veteranía. Tenía 63 años y su posición de mito ya estaba garantizada.
Contaba la revista Vanity Fair que, en principio, la buena de Kate iba a alojarse en el hotel Eurobuilding de Madrid. Cansada de hacer el trayecto en coche día sí y día también, acabó alquilando la casa de un militar llamado Francisco Medina. El hombre, que residía en la capital de nuestro país, estaba encantado de poder prestar su casa a una leyenda viva del Hollywood dorado. También de contárselo a sus amigos.
Tal y como recordaban los vecinos para esa publicación, Kate no hizo demasiados amigos en un rodaje en el que compartía protagonismo con Irene Papas o Vanessa Redgrave. Vestida de manera informal y con sandalias, acompañada de un señor que la acompañaba con una sombrilla para evitarle los rigores del verano, Hepburn trataba de pasar desapercibida. Su tristeza y hermetismo podían tener su razón de ser. Dicen que por las calles manchegas todavía arrastraba la pena por la muerte de Spencer Tracy. El que fue su gran amor, su eterno compañero de profesión y de vida, casado con una mujer de la que nunca pudo divorciarse, había muerto tres años antes, poco después de rodar Adivina quién viene esta noche.
Kate ni siquiera pudo ver la película completa porque se ponía a llorar. Tal era su amor por el actor que durante gran parte de la década de los 60 se retiró para ayudarle a combatir su alcoholismo. Que una feminista por antonomasia como ella hiciera algo así era meritorio. También era normal que, durante aquellos días de rodaje en Guadalajara, Hepburn no hiciese la misma vida social que el resto de sus compañeros de reparto. Mientras otras actrices se relajaban en un bar del pueblo y descubrían los alrededores de la tierra castellana, ella se parapetaba bajo las cuatro paredes del chalé que había alquilado.
Los años pasaron y aquella visita se convirtió en leyenda para personas tan importantes de nuestra industria como el humorista, representante y cineasta Enrique Herreros, que no olvidó incluirla en su libro de memorias. No se sabe si el recuerdo de nuestra querida España fue importante o no en la memoria de una mujer que siempre hizo lo que quiso. Lo que está claro es que Las Troyanas no fue ningún éxito de taquilla. La película tampoco había visto la luz para serlo, ya que se trata de una exquisita adaptación de un clásico griego no apta para todo el mundo. Sí para perpetuar el mito de esta mujer que aseguró que el secreto del éxito es no dar siempre a los demás lo que quieren de ti.
Como Hécuba en 'Las Troyanas'. (Getty) |
En una entrevista con la periodista Barbara Walters, esta le habló de su 'manía' de llevar siempre pantalones y le preguntó si tenía alguna falda. Ella, sin pensarlo, le espetó: “Sí, señorita Walters. Tengo una. La llevaré a su funeral”. Una ácida respuesta que seguro que conocen algunos de los habitantes de Atienza y también muchos seguidores de Katharine Hepburn y su inteligencia. Con ella, el siglo XX murió un poco más. También toda una forma de entender el cine y la vida que jamás volverá.
Extraído de Vanitatis
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