Los que rechazaron el Oscar

sábado, 20 de octubre de 2012

Los que rechazaron el Oscar


De entre todos aquellos que rechazaron el Oscar, el más recordado de todos fue el espectaculo que montó Marlon Brando en 1973, cuando ganó el Oscar por El padrino y envió a recogerlo a una  nativa cheyenne para protestar por el trato que el cine daba a los indios americanos.  Hay que tener en cuenta que Brando ya amenazó 20 años atrás con mandar a un taxista a recoger el Oscar en caso de que lo ganase por Un tranvía llamado deseo.

Marlon Brando, en 1955,  Oscar  por«La ley del silencio»

 Aquellos fueron tiempos difíciles para la Academia, pues en 1971, George C. Scott prefirió ver hockey por televisión antes que aceptar su estatuilla por Patoon y asistir a «dos horas de desfile de carne y ostentación», tal y como calificó a la ceremonia en numerosas ocasiones.

El escaqueo descarado también ha sido una estrategia de desprecio usada en numerosas ocasiones: la vibrante e ineludible jornada de pesca de John Ford para dejar huérfana su estauilla por Las uvas de la ira en 1941, pasando por las sagradas vacaciones de Katharine Hepburn para perderse la recogida de alguno de los cuatro Oscar que ganó a lo largo de su carrera o el desplante a la Academia de Ingrid Bergman cuando ganó su Oscar/redención después de siete años de exilio. 

Ford cambió el esmoquin por la caña de pescar en alguna ceremonia


Otras veces la ausencia está justificada por causas personales: Paul Newman, harto de humillaciones, se perdió su momento de gloria en 1987 al ganar finalmente con El color del dinero o por motivos laborales, como el concierto en Australia de Bob Dylan que le impidió recoger su Oscar por Jóvenes prodigiosos, aunque nos regaló una surrealista y divertida conexión vía satélite que dejó atónito incluso al presentador de la gala, Steve Martin. Elizabeth Taylor advirtió de que si no se premiaba a Richard Burton por Quien teme a Virginia Woolf ella tampoco recogería su estatuilla, y así fue, el Oscar lo recogió Anne Bancroft en su nombre.


Y, en otras ocasiones, el orgullo y la vanidad de los premiados hacen el resto: al Nobel George Bernard Shaw se le encendieron sus venerables barbas cuando supo que había ganado en 1938 por su guión de Pigmalión («Me parece insultante, es como si le diesen un premio al rey de Inglaterra por ser rey», exclamó ofendido), y el año pasado el octogenario Jean-Luc Godard se ahorró un viaje transoceánico para recoger su premio honorífico aduciendo que «no son los Oscar de verdad». En el otro extremo de la balanza está el solidario caso del guionista Dudley Nichols, que rechazó su Oscar por «The informer» en 1935 para apoyar a su colectivo, en plena huelga.

Jean-Luc Godard decidió ignorar la «pedrea» de su Oscar honorífico

 Aunque quien se pasó tres pueblos de verdad fue John Lee Mahin, nominado por el guión de Capitanes intrépidos en 1938, y que llamó a la Academia «institución comunista». Y no olvidemos otra forma poco sutil de repudiar un Oscar: deshacerse de él, sin venderlo a la Academia por un dólar, como rezan las normas internas. Este mismo año se han subastado más de 15 estatuillas, incluyendo pedazos de historia del cine como el Oscar de Herman Mankiewicz al mejor guión por Ciudadano Kane, el de mejor película a Qué verde era mi valle o el ganado por Michael Curtiz en Casablanca. Y si en este tipo de negocios hay un vendedor, siempre tiene que haber un comprado: por ejemplo, Steven Spielberg, que ha comprado hasta la fecha dos Oscar: uno de Clark Gable y otro de Bette Davis


fuente: ABC

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