El año pasado se cumplían los 50 años de la muerte de la actriz, y hoy para recordarla:
LA MUERTE DE MARILYN MONROE
Nadie podía creerse que Marilyn, el mito erótico, la chica guapa y vulnerable que incluso caía bien a las mujeres, hubiese fallecido. Pasadas las cuatro de la mañana, hora de Los Ángeles, del ya domingo 5 de agosto de 1962, se daba aviso de que la diva yacía muerta en su cama, con el brazo extendido con la intención de agarrar el teléfono. La noticia no pudo darse hasta que la Fox dio su permiso. Terminaban así 36 años de vida que, por la trascendencia que continúa teniendo el personaje, casi parecen eternos. Como perpetuas resultan las hipótesis sobre que la actriz fue asesinada por su relación con los Kennedy y por lo que pudiese salir de su boca.
Aunque la autopsia señaló «probable suicidio» por ingestión de barbitúricos, las distintas teorías de la conspiración sobre el fallecimiento de la, paradójicamente, rubia inmortal no tienen visos de ser superadas. Incluso el forense que llevó a cabo el examen, el doctor Thomas T. Noguchi, en su libro 'Cadáveres exquisitos' (Maledicta) señala que aunque él determinó que la causa de la muerte había sido el suicidio, «muchas incógnitas preocupantes continuarán sin respuesta».
José Cabrera es también médico forense (tiene unas 1.000 autopsias a sus espaldas) y quiso responder esas preguntas en una investigación publicada recientemente con el título 'CSI Marilyn (caso abierto)' (Atlantis). ¿Conclusión? Que numerosos interrogantes tienen que seguir abiertos. Muchos de ellos, según su opinión, debido a los fallos que se cometieron en el escenario de la muerte (la triste habitación de la actriz en su apartahotel en el barrio angelino de Brentwood) y en la propia autopsia. «Todo fue un cúmulo de errores», señala Cabrera, quien destaca que en la habitación pudo entrar mucha gente, lo que destruyó pruebas, que se decidió apartar sorprendentemente a los agentes de guardia y, que según puede comprobarse en las fotos, «los botes de barbitúricos aparecen y desaparecen».
«Y luego el juez», apunta este médico, «que en vez de mandar el cadáver al depósito lo envía en primer lugar a la funeraria. Lo rescatan de allí cuando ya están a punto de embalsamarlo». La asistenta de Marilyn, Eunice Murray, se apresuró además a limpiar la estancia y ordenarla un poco antes de que entraran las personas ajenas a su entorno. «Yo lo he visto en pueblos, cuando vas a ver a un suicida alguien ya ha limpiado la habitación, pero no para ocultar pruebas, sino por la visita». Pero donde Cabrera aprecia los errores más llamativos es en la forma en la que Noguchi, entonces principiante, llevó a cabo la autopsia: «Las vísceras desaparecen y no tenemos con qué comparar la sangre. Y para un análisis toxicológico, si no comparas la sangre con lo que hay en hígado y riñones, la validez es sólo de un 50%».
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Fotografía del cadáver en su habitación |
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Portada de 'Los Angeles Times' que anuncia la muerte de la actriz. |
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Radiografía del tórax. |
Hasta ahí los principales desaciertos, aunque a este médico forense también le sorprendieron lo que el llama «oscuridades»: «Cuando el FBI desclasificó documentos sobre ella en 2011, nos enteramos de que la investigaba durante 24 horas al día. Es increíble que la actriz, por el simple hecho de ser, entre comillas, amante del presidente de EEUU, se convierta en objetivo de seguridad nacional». Las pesquisas, que detallaban todos sus movimientos y sus contactos, por nimios que fueran, comenzaron unos años antes cuando Marilyn se casó en 1956 con el intelectual próximo a la izquierda Arthur Miller: «Hoover [responsable en aquellos años del FBI] estaba obsesionado con el comunismo y era un paranoico. Pero hay que recordar que en el 62 estábamos al borde una guerra mundial con la crisis de los misiles. En aquella época un comunista para un estadounidense del 'staff' era un asesino en potencia».
Los últimos tiempos de la protagonista de 'Con faldas y a lo loco' no eran demasiado felices. Sus fracasos sentimentales y profesionales le habían sumido en una depresión y conocida era su dependencia de los fármacos (le recetaban dos doctores distintos y sin comunicación entre ellos) y de su psiquiatra, el respetado Ralph Greenson. Con él habló durante seis horas el sábado —día anterior a su muerte—, porque estaba muy abatida, y a él grababa cintas para contarle los pensamientos que no era capaz de decirle en persona. «La muerte pudo ser un accidente, porque tenía proyectos, dinero, era una mujer querida... Si tuviese que diagnosticar [Cabrera es también psiquiatra], diría que tenía un trastorno límite de la personalidad. Era una suicida potencial, pero no una suicida en esos momentos. El de Marilyn sigue siendo un caso abierto».
LOS HOMBRES DE SU VIDA
«Sola. Estoy sola. Siempre estoy sola. Sea como sea». Los versos de la mujer más triste del mundo, escritos en uno de sus cuadernos rescatados hace apenas dos años, desnudan a una Marilyn Monroe insegura; asustada. Siempre lo fue: la mujer más deseada de Hollywood nunca se quiso y buscó el consuelo en multitud de hombres. Pero no logró sacudirse la sensación de abandono. Ni sus tres maridos ni sus múltiples amantes —de los hermanos Kennedy a Elia Kazan pasando por Tony Curtis y Marlon Brando— lograron que fuese feliz.
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El día de su boda con Joe DiMaggio, en 1954. |
Marilyn buscaba la autoestima en otros. Quizás su complicada infancia, con un padre ausente, una madre desequilibrada, hogares de acogida y agresiones varias, hizo que el mito anhelase el abrazo protector de un hombre. Apenas tenía 16 años cuando se casó por primera vez. Era 1942 y el elegido, un obrero aspirante a policía llamado James Dougherty. Ex capitán de fútbol y delegado de clase, tenía 20 años cuando empezó a salir con Norma Jean Baker. No conoció a Marilyn Monroe. Su familia había sido vecina de Grace Goddard, amiga de la madre de Norma Jean, que vivía entonces con ellos. «Iban a mudarse y decidimos casarnos para impedir que volviese a una casa de acogida. Estábamos enamorados», recordaría más tarde Dougherty. Así, el gran mito sexual se convirtió en ama de casa en una relación que, en apariencia, funcionaba, aunque algunas de sus cartas dejaron ver después que su marido era infiel.
Dougherty fue reclutado para la II Guerra Mundial y en su ausencia, la joven se convirtió en una modelo cotizada en Los Ángeles. Y buscó la compañía de otros hombres para mitigar la soledad que le angustiaba. Hollywood pronto la reclamó y ella tramitó un divorcio que se concretó en septiembre de 1946. Habían estado juntos cuatro años. Al volver a casa, Dougherty intentó convencerla de que volviese, pero ella se negó. Iba a convertirse en Marilyn. «Quería firmar un contrato con la 20th Century Fox en el que decía que no podía estar casada», contó Dougherty en 1984.
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El día de su boda con Arthur Miller, en 1956. |
Su segundo gran hombre fue Joe DiMaggio, el jugador de béisbol con el que se casó cumpliendo el sueño americano de ver juntos a dos de sus mitos: el ídolo de los Yankees con la diva de Hollywood. Se casaron en 1954 —antes, el escritor Robert Slatzer asegura haber sido su esposo durante una semana en 1952, aunque no hay pruebas de ello—, pero el compromiso duró sólo nueve meses, pese a que siguieron viéndose durante años. El deportista, muy conservador, era incapaz de adaptarse a la vida de la estrella. Le parecía una ofensa que la deseasen más hombres y vivió históricos ataques de celos. Quería apartarla del espectáculo y guardarse toda su explosividad para él, pero ella no cedió. Que la amó lo demuestra el hecho de que durante los 20 años que siguieron a su muerte, envió un ramo de flores a su tumba tres veces por semana. La Parisien Florist, de Hollywood, tenía el emotivo encargo.
A Arthur Miller, el intelectual, el judío, le vio por primera vez en 1951, cuando ella tenía 25 años y él, diez más. Se casaron cinco años después —cuando aún se especulaba con una reconciliación con DiMaggio—, en una ceremonia en la que Marilyn se convirtió al judaísmo. Por aquel entonces, los medios ya habían creado una Marilyn superficial, adicta, sexy a rabiar, pero problemática y depresiva. El dramaturgo, ganador de un Pulitzer, quiso salvarla. Parecían felices, pero apenas tres años después el matrimonio encallaba y en 1960, Marilyn tuvo una sonada aventura con el francés Yves Montand cuando rodaban 'El multimillonario'
Marilyn Monroe y Arthur Miller estuvieron juntos hasta 1961. Fue quizás el hombre que mejor pudo entender el vacío que la asfixiaba, el más capaz de valorar su talento y hacérselo creer a ella, pero acabó agotado de esa personalidad enfermiza y la abandonó para marcharse con la fotógrafa Inge Morath, a la que conoció en el rodaje de 'Vidas rebeldes'. Paradojas de la vida, Miller había escrito para Marilyn esa historia en la que intentaba explicar sus contradicciones. «¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?», le hizo decirle en la ficción a Gable.
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Con James Dougherty, el 19 de junio de 1942 |
La lista de amantes de Marilyn fue interminable. Como Elia Kazan, descrito así en las cartas que escribió a su psiquiatra, el doctor Ralph Greensom, en 1961: «Me quiso durante un año, y una vez me acunó cuando tenía una angustia muy grande. Y me sugirió que me psicoanalizara». También Marlon Brando quiso cuidarla. Le conoció antes de que fuesen estrellas y mantuvieron una relación intermitente durante años. Quizás fue siempre más amigo que amante y la defendió a muerte cuando la industria empezó a rechazarla por el suplicio que suponía trabajar con el huracán autodestructivo hacia el que derivaba.
Con Tony Curtis también tuvo una historia que iba y venía. Durante ocho años. Y según el propio actor, incluyó un aborto involuntario. La relación comenzó en 1950 y se reactivó en el rodaje de 'Con faldas y a lo loco'. Marilyn estaba casada con Miller y Curtis con Janet Leigh —la actriz asesinada en 'Psicosis'—, que estaba además embarazada, pero eso no impidió que Tony y Marilyn 'recayesen'. Según ha contado Curtis en sus memorias, ella se quedó embarazada y perdió el bebé poco después de reunirle en una habitación con su marido para contárselo. «Me quedé ahí petrificado. Se hizo el silencio y podía oír el ruido de las ruedas de los coches chirriando en Santa Mónica», describió. Aunque no se ha confirmado, lo cierto es que el actor nunca ha sido cariñoso con la memoria de Marilyn y ha aireado sin pudor intimidades.
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Marilyn Monroe en una fiesta con Tony Curtis en 1955. |
Ríos de especulación ha desatado también las aventuras que mantuvo con los Kennedy, John y Robert; documentada en los archivos del FBI y la CIA, preocupados por la amistad de Marilyn con comunistas de Hollywood y por los secretos que pudiese saber del presidente. Existe un informe de 1965 que habla de «fiestas sexuales» con los Kennedy, Monroe, Sammy Davis Jr. y Frank Sinatra, otro de sus amantes fieles durante años. De su relación con el entonces presidente de los EEUU hay pocas pistas. Algunas voces cuentan que él no paró hasta tenerla en su cama y después se desentendió, mientras las más conspirativas añaden que los servicios secretos y los propios Kennedy se encargaron de borrar las pistas. Hay todo tipo de versiones de esta relación, pero no hay testigos. Lo que sí hemos visto todos, y no olvidamos, es ese cumpleaños feliz en el Madison Square Garden, el 19 de mayo de 1962. Tres meses más tarde la diva fallecía en California.
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Trabajando con Yves Montand en 1960 |
Marilyn sufrió sola y sufrió junto a sus hombres. Ella misma dijo que una estrella era un objeto. Y detestó serlo. Sola. Siempre se sintió sola. Hasta su trágica muerte.
MARILYN COMO ICONO
«Es triste, pero parece que siempre nos atraen más los personajes desdichados que los felices». Con estas palabras, Marta Rivera de la Cruz, autora de 'Tristezas de amor', pretende explicar cómo Marilyn Monroe, 50 años después de su desaparición, está más viva que nunca. Su cabellera rubia, su vaporoso vestido blanco o, incluso, aquel lunar que Andy Warhol supo plasmar con singular acierto en sus composiciones artísticas, se han convertido en los signos distintivos de uno de los iconos culturales más importantes de todos los tiempos.
Actrices, cantantes, modelos y un sinfín de celebridades más han querido en algún momento ponerse en la piel de Norma Jean Baker. Y es que, si Madonna se inspiró en el número musical de 'Diamonds Are a Girl's Best Friend' para su videoclip 'Material Girl', Scarlet Johansson, Angelina Jolie, Lindsay Lohan, Britney Spears, Rihanna, Nicole Kidman, Christina Aguilera, Charlize Theron, Gwen Stefani, Kate Moss, Jessica Simpson, Paris Hilton, Naomi Watts, Lisa Marie Presley o Kylie Minoge son otras de las divas —y hay muchas más— que han reencarnado a la protagonista de 'Los caballeros las prefieren rubias'.
Una de las últimas en unirse a esta larga lista ha sido Michelle Williams, que ha dado vida a la actriz en 'Mi semana con Marilyn' y fue nominada al Oscar por su interpretación. La propia Williams desveló que, en su adolescencia, un póster de Marilyn adornaba una de las paredes de su habitación. Y es que estamos ante un símbolo que no conoce de épocas ni de fronteras. Marilyn sigue siendo hoy todo un icono, incluso en el mundo de la publicidad. Tal y como expone Vicent Garel, responsable de la reciente campaña de Dior en la que Charlize Theron aparece acompañada de grandes musas del cine como la propia Marilyn, es precisamente esta «universalidad» la que hace a la desaparecida actriz idónea para promocionar la prestigiosa marca: «Estamos ante un potente icono porque, en un mundo cada vez más fragmentado, ella es una figura reconocible. Se identifica en países y culturas que son muy diferentes y con historias muy distintas. Su imagen es uno los pocos símbolos culturales que puede compartir todo el planeta».
Belén López Vázquez, autora de 'Publicidad emocional', explica cómo Marilyn y otros famosos como James Dean o Elvis Presley salieron del anonimato y, gracias a los medios de comunicación, pasaron a la Historia: «Al tratarse de un personaje tan famoso, es capaz de generar una enorme confianza. Es un gancho para el consumidor por la cercanía que transmite». Pero Marilyn es algo más que una cara bonita, y es ese algo lo que la hace tan especial: «Ella es capaz de despertar sentimientos y por eso su imagen vale más que mil palabras, porque son las imágenes emotivas las que mejor se registran en el cerebro y las que mejor se recuerdan», añade.
Ese mismo recuerdo es el que mantiene a Marilyn eternamente joven. «Pase lo que pase, siempre seguirá siendo sexy», asegura Mencía de Garcillán, autora de 'Marketing y Cosmética' y directora del Departamento de Marketing de Laboratorios Esseka. «Por muchos años que pasen, un personaje de tanta belleza y sensualidad siempre será una gran prescriptora». Además, tal y como explica esta profesora de la Universidad Complutense, otro de los valores con tendencia al alza que posee Marilyn es «la nostalgia», que permite que las marcas se vuelvan «atemporales, siempre reconocibles y con valores que superen los cambios de moda».
Pero, ¿qué habría pasado si Marilyn no hubiera muerto tan joven? José Cabrera, escritor y médico forense autor de 'CSI: Marilyn', tiene muy clara su postura: «Si hoy tuviera los 86 años que debería, retirada en alguna mansión de Los Ángeles, no sería lo mismo. La muerte súbita, abrupta y misteriosa en un momento crucial de su vida personal la hizo eterna. Este halo de misterio romántico es el que la ha hecho inmortal». Algo parecido piensa Marta Rivera de la Cruz, convencida de que, en torno a esta actriz, siempre hubo ciertas dosis de «malditismo» que contribuyeron a que su figura nunca cayera en el olvido. «Cualquier artista que muere joven se convierte en una pieza de leyenda. En el caso de Marilyn, a la hora de convertirse en un mito, además de su físico explosivo y rotundo, también contribuyó el hecho de que ella sentía que estaba predestinada a la desgracia», afirma. Y, probablemente, ella no imaginó que, décadas después, seguiría siendo tan recordada. «Por su extracción humilde, por su vida de niña y de adolescente y por todo lo que se fatigó, dudo que ella pensase que se iba a convertir en un mito», asegura Ignacio Carrión, autor de 'Buscando a Marilyn'.
Esta conversión de mujer a icono eterno es la responsable de que podamos encontrarnos con Marilyn al doblar cualquier esquina: «Estamos ante un mito absolutamente trágico: nos purgamos de nuestros terrores a través de la emoción y ante el espanto de la vida de esa pobre actriz. El paso de mujer a símbolo es como un ritual de sacrificio humano, ya que nuestra necesidad de mitos trágicos para explicarnos nuestra vida o purgar nuestro miedo crea esos mitos y luego los destroza», afirma Rafael Reig, autor de una de sus autbiografías.
¿Conocerá el mundo algún día otra Marilyn que deje una huella imborrable? Rivera de la Cruz tiene sus dudas: «No creo que ningún famoso contemporáneo tenga algún día la misma relevancia. La televisión ha desmitificado a las novias del cine. Antes, los actores eran seres maravillosos e inalcanzables. Hoy entran en nuestros salones, y eso les quita ese aura. ¿Cuándo podríamos haber visto a Marilyn con una coleta, un pantalón corto o unas zapatillas de deporte?». José Cabrera afirma lo mismo con rotundidad: «No creo que nadie arrastre hoy en este mundo mediocre la fuerza que Marilyn tenía, ni dejar esa huella mágica que dejó».
¿Desaparecerá el espíritu de Norma Jean algún día de nuestra memoria? Para Reig, «nada está a salvo del olvido. Cuando les dejemos en paz, Marilyn y Shakespeare, por fin olvidados y a salvo, se tomarán juntos una botella de champán, seguro. Y quizá la compartan con el Che Guevara».
Cuentan que cuando el brillante, neurótico y homosexual reprimido (la descripción es de Donald Spoto) Joshua Logan recibió el encargo de dirigir a Marilyn Monroe en 'Bus Stop', lo único que salió de su boca fue un sonoro «¡Pero si no sabe actuar!». El director no hacía sino verbalizar lo que todo el mundo daba por hecho. Incluida la propia Marilyn, siempre acosada por sus inseguridades, sus miedos y, lo peor de todo, sus psicoanalistas. Y sin embargo, cuando la voz grave de terciopelo de Cherie, a la que encarna en la película, emerge insegura por encima de los ruidosos modales de los borrachos tabernarios, no queda otra que rendirse a la evidencia; la limpia presencia de una actriz a la altura exacta de su mitología. Y ya es.
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Jean Hagen, Sterling Hayden y Marilyn Monroe, en 'La jungla de asfalto' |
Monroe canta 'That Old Black Magic' y lo tiene que hacer mal porque así lo dice el guion. Así lo dicta una historia que coloca a su personaje en un sitio altamente inestable; un personaje, también aspirante a artista, enfermo de unas pretensiones que jamás podrá alcanzar. Y nada más complicado que retratar con perfección el dolor quebradizo de lo imperfecto. De golpe, las esperanzas de Cherie se quiebran ante la contundencia de todo lo real. Y detrás, Marilyn; Marilyn ofrecida a la audiencia con toda su hiriente fragilidad. De repente, su trabajo se antoja herida. Y, claro, duele. Sólo lo que hace daño importa.
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Por primera vez, y de forma mucho más evidente que en la convulsa 'Niágara', su primer papel de importancia, el mundo descubría que MM era una mucho más que una simple actriz. «Por fin disipa, de una vez por todas, la idea de que no es más que una personalidad fascinante», escribió la prensa del momento. El propio Lee Strasberg, fundador de la mítica mística del Actors Studio, dejó dicho que, después de trabajar con cientos de actores y actrices, sólo había dos que destacaban por encima de los demás: «Marlon Brando y Marilyn Monroe».
Y pese a todo, pese a los halagos de los críticos o la incontestable evidencia de la pantalla, de ella queda simplemente, por encima de cualquier consideración, el irresistible y hasta cómico encanto de su torpeza. La crónica de sus equivocaciones es larga. Tras 'Con faldas y a lo loco', Billy Wilder la calificó de «imposible... no sólo difícil». Y añadía: «El producto final valió la pena... pero en ese momento no estábamos seguros de que fuera a existir un producto final».
Su compañero Jack Lemmon recordaba cómo, para desesperación de todos, Marilyn mandaba callar al director en el momento de dar las instrucciones bajo una excusa difícilmente más brillante: «Calla u olvidaré lo que me has dicho». Y Tony Curtis, directamente, hizo famoso aquello de que besarla era como hacerlo con Hitler. ¿Volvería a trabajar con ella?, le preguntó un periodista al director de 'La tentación vive arriba'. «He hablado de esa posibilidad con mi médico y mi psiquiatra, y ellos dicen que soy demasiado viejo y rico para pasar otra vez por eso».
Dos años antes del trabajo con Wilder, en 1956, viajó a Londres para rodar de la mano de Lawrence Olivier 'El príncipe y la corista'. La larga serie de despropósitos que guiaron un rodaje cerca de la pesadilla (la escena más sencilla tenía que ser repetida hasta las lágrimas, lo que exigía una nueva sesión de maquillaje) quedó de sobra reflejada en 'Mi semana con Marilyn', que protagonizó en 2011 Michelle Williams. Y de nuevo Wilder: «En vez de al Actors Studio tendría que haber ido a una escuela de ingeniería para aprender algo de llegar a tiempo a los sitios».
Por aquel entonces, Marilyn vivía literalmente sepultada por la inestabilidad de su propio mito. Tras reemplazar a Natasha Lytess por Paula Strasberg como mentora y guía, su relación con Arthur Miller literalmente ardía. Y no sólo en las portadas de las revistas. Ya hacía tiempo que vivía enganchada a una montaña rusa de sedantes, excitantes y viceversa. Y en medio, una actriz. Enorme y siempre puesta en duda. «Cualquiera puede recordar un diálogo, pero es necesario ser un auténtico genio para salir al plató sin saber el diálogo y hacer la interpretación que ella hizo!». Otra vez Wilder, pero rendido a la evidencia.
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Rodaje de 'Vidas rebeldes' |
Pasara lo que pasara, pasó la vida entera peleando contra precisamente lo que la hizo ser lo que fue. Sus trabajos 'mínimos' al lado de directores ‘máximos’ como John Huston ('La jungla de asfalto'), Joseph L. Mankiewicz ('Eva al desnudo'), Howard Hawks ('Me siento rejuvenecer') o Fritz Lang ('Class By Night') la habían convertido en el secreto peor guardado de Hollywood. Ella era la actriz a descubrir, a amar. Cuando aparecieron las fotos del calendario en las que posó desnuda en 1949, el huracán Marilyn ya era imparable.
Y lo era incluso antes de que se anunciara su matrimonio con la estrella del béisbol Joe DiMaggio o que convirtiera cada comparecencia ante la prensa en un espectáculo de ingenio. «¿Es verdad que no llevaba nada encima ('on', en inglés) cuando posó?». «I had the radio on [la radio encendida ['on'] es lo que llevaba]», fue su contestación justo antes de anunciar que dormía solamente con, en efecto, Chanel Nº 5. Y otra: «Qué frase pondrá en su lápida?». Respuesta: «Marilyn Monroe, rubia... 94-58-92»
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El 12 de marzo de 1956 abandonaba el nombre de pila de Norma Jeane Mortensen, convencida de que el de Marilyn Monroe era con el que se había reconstruido pieza a pieza. Antes, en enero de 1955, la rubia de 'Los caballeros las prefieren rubias' había creado su propia compañía (Marilyn Monroe Productions Inc.) para huir de sí misma y de su imagen, para convencerse, a ella y a los demás, de que era o podía ser actriz. Para, en definitiva, elegir mejores papeles y descubrir y descubrirse que era actriz antes incluso que mito.
Probablemente no lo consiguió y toda su vida quedó definitivamente condenada en el diálogo de una de sus primeras películas junto a los hermanos Marx, 'Amor en conserva'. Entra Marilyn en una agencia de detectives y dice: «Me persiguen los hombres». «¿No me diga?», contesta puro en mano Groucho y, tras examinar a su posible cliente, contesta: «Me cuesta entender por qué». Y en la mirada, entre la admiración y algo peor, se escapa quizá una vida entera.
Cuando Arthur Miller, como guionista y marido, en compañía de un ludópata-borracho-genial como John Huston, le preparó el papel de Roslyn Taber en 'Vidas rebeldes', el destino de MM quedaba donde quedan los destinos cuando se sellan. Roslyn no es otra cosa que un retrato cruel, desangrado y feroz de la propia Marilyn; construido con todo el odio del que el rencor de una pareja en proceso de canibalismo es capaz. Y es mucho. En mitad del desierto de Nevada, tres individuos (Clark Gable, Montgomery Clift y ella) se debaten contra las grietas y heridas de una vida, definitivamente, inútil. Inútil y cruel. «Nada vive a menos que algo muera», se oye en la cinta escrita en la misma alcoba de la protagonista. Y de nuevo, la interpretación de Monroe es excepcional. Muy por encima de cada línea de un guion petulante y enfermo de importancia.
En 13 años, Marilyn firmó apenas 29 películas con una docena de papeles importantes. Y ni una de las cintas estuvo a la altura excepcional de la actriz que fue. Aunque sí, quizá, del mito. Escribe Donald Spoto en la biografía de la actriz que, en una ocasión, Henry Hathaway, con el que había rodado 'Niágara', se encontró con ella tras concluir 'Vidas rebeldes'. «Durante toda mi vida», le dijo llorando, «he hecho el papel de Marilyn Monroe. He intentado hacer lo mejor, y descubro que lo que estoy haciendo es una imitación de mí misma. ¡Deseo tanto hacer algo distinto!».
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Billy Wilder dirigió a Tony Curtis, Monroe y Jack Lemmon en 'Con faldas y a lo loco |
Si uno pasea por el diminuto, y acosado por los rascacielos, cementerio de Westwood en Los Ángeles no es difícil localizar el nicho de Marilyn. A media altura, alineado entre nombres anónimos, destaca una lápida cubierta de besos. Literalmente. El rito, turístico y mitómano, consiste en dejar el carmín de los labios sobre la piedra. De repente, la imagen ridícula y perfecta de la condena de ser Marilyn más allá de Marilyn.