Dice Kirk Douglas que si le hubieran ofrecido el guión de su propia vida, "lo habría rechazado". Y, sin embargo, a punto de cumplir un siglo, su biografía tiene todos los mimbres para convertirse en una superproducción de Hollywood. Hijo de emigrantes rusos, crecido en la miseria de un gueto judío en Nueva York, Issur Danielovitch Demsky, su auténtico nombre, ha llegado a convertirse en la encarnación del sueño americano, la imagen de la dignidad gracias a filmes como Espartaco y el decano de las estrellas de cine gracias a una resistencia que incluiría, al menos, media docena de momentos épicos.
Y es que Douglas y su icónico hoyuelo han sobrevivido a más de lo que la mayoría de los mortales podría aguantar: la Gran Depresión, la II Guerra Mundial, accidentes espectaculares, un infarto cerebral, operaciones quirúrgicas e incluso la muerte de un hijo... Quizás por eso cuando cumplió 90 años, él mismo comentó que llegar a esa edad "no era algo sólo especial, sino milagroso".
Efectivamente, haciendo un repaso por su existencia, algo de milagro tiene que el próximo viernes 9 sople un centenar de velas. Comencemos por el infierno de la II Guerra Mundial. Con apenas 23 años, cuando ya empezaba a despuntar en Broadway, decidió alistarse en el ejército para luchar contra los nazis. Primero sirvió como guardamarina en un puesto de comunicaciones de la Marina y más tarde como oficial de artillería. Antes de acabar la contienda, una disentería crónica y fuertes dolores abdominales hicieron que los médicos le enviaran a casa.
Décadas más tarde, en 1958, Douglas volvería a estar cerca de la muerte cuando el productor Michael Todd, marido de Liz Taylor, le ofreció irse con él en su avión privado para ver al presidente Truman, su ídolo. "Mi mujer me dijo que tenía un mal presentimiento y acabamos discutiendo. Íbamos en el coche sin hablarnos porque yo había perdido el vuelo, cuando escuchamos en la radio que el avión se había estrellado. Todos murieron", contaría a People.
Como en la trama de Destino Final, en 1991 otro accidente aéreo le aguardaba. El helicóptero en el que viajaba junto a tres personas más chocó en el aire con un aeroplano de acrobacias. Murieron dos personas mientras él, pasados los 70 años, salió casi ileso.
Un lustro después sufrió un infarto cerebral que le paralizó media cara. Los médicos avisaron a su familia de que quizás no podría volver a hablar y, sin embargo, tras unos meses en los que reconoció haber caído en la depresión, pudo dar un corto discurso para aceptar su Oscar honorífico (es el único que tiene, ya que las tres veces que fue nominado perdió la estatuilla).
Volvería a demostrar a los médicos su fuerza en 2005, cuando se sometió a una doble operación de rodilla para poder andar por sí mismo. Le advirtieron de que con su edad quizás no saliese de la mesa de operaciones... y ahí sigue recorriendo alfombras rojas con su bastón. Eso sí, para no jugar demasiado con su suerte confiesa que dejó de fumar dos cajetillas de cigarros diarias para evitar el cáncer de pulmón que acabó con la vida de su padre, a los 72 años.
Pese a todos estos golpes, ningún derechazo le hizo tambalearse tanto como la muerte de su hijo Eric, también actor y destacado cómico, por una sobredosis en 2005. En su funeral en el cementerio Westwood de Los Angeles, el mismo donde descansan Marilyn Monroe o Natalie Wood, uno de los hombres más duros del cine derramó un llanto sincero y desconsolado. "Nunca te recuperas de algo así".
Sin embargo, ahí sigue, resistiendo y agarrándose a la vida. Tras las últimas muertes de Mickey Rooney, Eli Wallach, Maureen O'Hara y de su buena amiga Lauren Bacall, a quien le debe media carrera ya que fue ella quien le recomendó al productor Hal Wallis para su primera película, El extraño amor de Martha Ivers, se ha convertido junto a Olivia de Havilland, otra centenaria, y Angela Lansbury en una de las pocas personas que pueden hablar de primera mano sobre el Hollywood dorado.
La lista de directores con los que ha trabajado desprende el aroma de la leyenda: Wilder, Wyler, Mankiewicz, Hawks, Curtiz, Minelli, Kazan, Kubrick... y, si hacemos caso a los rumores, también la de sus amantes: Lana Turner, Pier Agnelli, Linda Darnell -según él la estrella más guapa y desaprovechada-, Patricia Neal, Gene Tierney... Con Bacall tuvo un par de citas cuando ambos eran estudiantes de arte dramático en Nueva York y a ella aún la llamaban Betty. Su posible suegra veía con buenos ojos la unión porque Douglas era un buen chico judío, pero la rubia estaba destinada a Boogie.
Aún así Douglas tuvo a su chica de portada. En 1943, se casó con Diana Dill, una modelo aspirante a actriz a la que había visto en la cubierta de Life. Aunque su padre era coronel en Las Bermudas, la joven no logró poner firme al protagonista de clasicazos como Cautivos del mal, del que se separaría 8 años más tarde harta de sus infidelidades. Ella es la madre de sus hijos mayores, Joel y el perpetuador de su leyenda, el actor y productor Michael Douglas.
Sólo cuatro años después, en el rodaje en París del drama romántico Acto de amor, de Anatole Litvak, Douglas le echó el ojo a la mujer que, seis décadas después, sigue a su lado: Anne Buydens. De origen alemán, ella ha sido su mejor bastón en sus últimos años. Ambos se casaron en un Casino de Las Vegas, es decir, con urgencia, y han tenido dos hijos: Peter y el fallecido Eric. Hace un par de años, Douglas resumía así su historia de amor con su esposa para Closer: "Nunca he pensado que nuestro matrimonio fuera único. Simplemente, me enamoré de una chica y 60 años después, sigo queriéndola".
Dicho lo cual, eso no significa que el hombre que interpretó a Van Gogh en El loco del pelo rojo se cortara la coleta, que no la oreja, con aquel enlace. En sus memorias Let's face it: 90 years of living, loving, and learning, escritas cuando cumplió 90 años, Douglas narró con franqueza algunos de sus affairs sexuales extramatrimoniales. Además de revelar que perdió la virginidad con una profesora a los 15 años ("para los estándares de hoy, ella hubiera ido a la cárcel, pero no creo que hiciera nada malo, ¿no?"), el actor contó su tórrida historia con una azafata de altos vuelos "alta y rubia" a la que le gustaba la disciplina en la cama. Cuando ella gritaba "soy nazi", era la señal para que le diese un azote.
Estar casado no fue un obstáculo para estos deslices, ya que, según dijo a Closer, "las mujeres europeas tienen una tolerancia diferente para estas cosas". Parece que Michael Douglas, quien se confesó adicto al sexo mientras estuvo casado con Diandra, su primera mujer, tuvo la mejor escuela en casa... y no sólo interpretativa.
La relación de Kirk con el más famoso de sus vástagos ha sido compleja. Después de su divorcio, el compañero habitual de Burt Lancaster (rodaron siete películas juntos) tan sólo veía a Michael y Joel en sus vacaciones, cuando éstos acudían a los sets a visitarle. Pero Kirk sólo quería a sus hijos en los rodajes de visita. Pensaba que una industria tan cruel como la del cine no era buen lugar para sus descendientes... y, sin embargo, acabó accediendo a los deseos de Michael de seguir sus pasos e incluso brindó a su hijo su debut en el cine con La sombra de un gigante, una película coprotagonizada con John Wayne.
Decidió salirse del estereotipo de divo aterrado por dejar de ser una estrella y ser eclipsado como "el padre de" y lo apoyó, a veces, hasta el exceso. Por ejemplo, cuando Michael fue despedido de la obra de teatro Summer tree, de Ron Cowen, Kirk compró los derechos del libreto para que él protagonizase la película. Michael no pudo devolverle el favor con Alguien voló sobre el nido del cuco, su padre la había interpretado sobre las tablas, pero cuando produjo la película, éste ya era mayor para el papel.
Pese a estos detalles, descender de una estrella fue difícil para el marido de Catherine Zeta-Jones. "La gente cree que siendo la segunda generación es sencillo triunfar, se supone que es lo que se espera de ti. Pero mira cuánta frustración, fracaso y autodestrucción hay en la segunda generación de actores", diría el protagonista de La guerra de los Rose. Kirk lo resumió de otra manera: "Mis hijos nunca han tenido la ventaja que yo tuve. Nací pobre".
Una miseria que aún le pesa al hombre que tituló sus primeras memorias El hijo del trapero. Aunque haya llegado a cobrar 50.000 dólares únicamente por pronunciar la palabra "café" en un anuncio japonés, Kirk Douglas, un siglo después, sigue haciendo gala de fuertes convicciones éticas (él fue el primer actor en burlar el veto del Macarthismo) y de su compromiso con las causas benéficas. Quizás por eso no tendrá un regalo de cumpleaños a su altura... El día de su centenario pretendía celebrar la derrota de Trump. "Sus valores no son por los que yo luché en la II Guerra Mundial. Dicen que cuando cumples años tienes que pedir un deseo en silencio. Esta vez, lo voy a hacer en alto. Me gustaría soplar las velas pensando que los días felices han vuelto". Y, pese a todo, seguro que él seguirá resistiendo.
Fuente: El Mundo
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