fuente: ABC
Llegó en el 26 y se fue en el 62, y lo que parece un trayecto de ida y vuelta en el autobús equivocado fue la vida de la mujer, estrella y finalmente actriz llamada Marilyn Monroe, probablemente el enigma más sobeteado de la historia. Ni su vida ni, mucho menos, su muerte arrojan otra luz que la de los focos y de la puesta en escena: no hay duda de que vivió ni la hay, tampoco, de que murió: pero, ¿cómo?, ¿focos y puesta en escena?... Meses antes de su muerte, Marilyn contaba que le había escrito Somerset Maugham para confesarle su entusiasmo ante la idea de que interpretara a Sadie Thompson, el personaje de "Rain" (Lluvia) que ya encontrara antes albergue en Gloria Swanson, Joan Crawford y Rita Hayworth; a Marilyn le fascinó la idea porque entendía al personaje, "una mujer que sabe comportarse alegremente a pesar de ser muy triste, y eso es algo grande".
Nunca se despojó de la imagen de chica rubia del gángster, tal y como apareció al principio de su carrera en "La jungla del asfalto"... Y sus últimos meses en Los Ángeles, deprimida y acogida por Frank Sinatra, también dan ahora la impresión de viaje de vuelta en el autobús equivocado. Murió un sábado, o en la madrugada de un sábado hacia el domingo, y aún no se sabe de cierto ni cómo, ni dónde. El dictamen forense, "probable suicidio" en su casa, es una colección de incógnitas que han alimentado las más diversas fabulaciones, desde la CIA a la mafia y desde Cuba a los Kennedy...
Pero el gran misterio de Marilyn Monroe no reside ya en las incógnitas de su muerte, sino en las de su vida, una mujer que supo domesticar sus mejores talentos: nadie hubiera dicho nunca de ella que estaba en posesión de uno de los más altos coeficientes intelectuales del siglo XX, y nadie habría aceptado que sus medidas y contornos nunca acabaron de cuadrar con los cánones. Supo pasar gloriosamente "desapercibida" para directores con ojo de halcón como Howard Hawks o Huston, que necesitaron mirarla por segunda vez para que nosotros la viéramos, o como Joseph L. Mankiewicz o hasta Fritz Lang (al que casi consigue matar de ira durante el rodaje de "Encuentro en la noche", pues se empezó a comportar como si ya fuera realmente Marilyn Monroe, ese colmo de impuntualidad que delataría con sarcasmo años más tarde Billy Wilder diciendo que nunca perdió el tiempo esperándola en el set de rodaje y aprovechó para leerse "Guerra y paz").
Pero lo curioso de su enigma era el punto en que decidía su transformación, ser ambas cosas, esa explosión rubia en la pantalla que sugería personajes nacidos para contonearse y llamarse Lorelei o Sugar Kane, y de repente alguien que se planta ante el plano con una sinceridad y una conmoción dramática nunca vistas -y probablemente hasta inesperadas- en momentos precisos de "Bus Stop" o "Vidas rebeldes", su última película (entera) en la que medio siglo después cualquiera podría pensar que urdió un solitario y triste pacto final con Clark Gable.
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