Fernando Guillén nació en Barcelona en 1932. Comenzó sus estudios de Derecho en la Universidad de Madrid, donde participó en el Teatro Español Universitario, con el que puso en escena Tres sombreros de copa (1952) de Miguel Mihura y Escuadra hacia la muerte (1953), de Alfonso Sastre, junto a otros jóvenes talentos como Adolfo Marsillach, Agustín González y Juanjo Menéndez. Abandona luego la carrera para dedicarse plenamente a la interpretación.
Su carrera artística arrancó en 1952. Actuó con las compañías de Fernando Fernán-Gómez y de Conchita Montes. Después formó también compañía propia con su mujer, la actriz Gemma Cuervo, de cuya unión nacieron los también actores Fernando y Cayetana, además de otra hija, Natalia. Ambos se separaron posteriormente. En 2008, en el Teatro Calderón de Valladolid, donde interpretaba la obra El vals del adiós, anunció su retirada del teatro, a los 75 años de edad, obra de Louis Aragón, inspirada en la carta que el poeta francés había escrito en 1972 para despedir Les Lettres Françaoises, la publicación literaria que había dirigido desde 1953 y que se hundió al quedar fuera del paraguas protector del Partido Comunista, aparato con el que Aragon era cada vez más crítico. Jean-Louis Trintignant había llevado la obra a escena en París y Guillen lo hizo en España, país por cuya modernidad el actor luchó incansablemente desde la humilde atalaya del teatro, ese lugar que para actores como él fue el principio y el final de todo.
Guillén solía decir que el texto de Aragon poseía muchos puntos de contacto con sus propias contradicciones, con sus dudas sobre el sentido final de la vida. “He intentado mantener siempre la coherencia y el compromiso. Aunque, por necesidad, no haya hecho siempre el teatro que quería", aseguró en uno de los homenajes que recibió entonces por una carrera granada en el cine (encabezó el cartel de más de 30 filmes) y la televisión. Todo ello sin romper nunca su verdadero cordón umbilical, el escenario.
“Aragon es un autor afín a mí que soy rojo y quiero decir rojo y no simplemente de izquierdas”, declaró Guillén durante aquellos meses de despedida en los que identificó su insobornable pesimismo como la única forma inteligente de optimismo. En una entrevista con este periódico añadía: "Se está produciendo una vuelta al teatro de compromiso ideológico; no hay más que mirar la cartelera para comprender cómo el teatro está actuando de auténtico revulsivo frente a esa derecha que estamos viviendo hoy..., me hace muy feliz presentar este texto tan implicado en tantas cuestiones vitales para el ser humano como son la muerte, el suicidio, la desilusión, el fracaso, cosas que me han conmovido... Seguramente si no aparece este texto en mi vida no me retiraba, aunque he de reconocer que la verdadera razón de mi marcha también es orgánica".
No mentía el actor, una larga enfermedad llamaba a su puerta y el sentido común y el pudor le hacían intuir que era mejor la retirada. “Esta obra”, dijo en otra ocasión, “me remite a la etapa en que algunos actores de mi generación hacíamos un teatro comprometido. Luego vinieron unos jóvenes actores con más compromiso que le llevó a la cárcel: Juan Diego, Mario Gas, Lola Gaos, Vicente Cuesta, Juan Margallo y otros. Nosotros no llegábamos a tanto. Sólo hacíamos un teatro comprometido frente a la censura”.
Como era propio de un señor, Guillén siempre se quitó importancia, pero su labor trascendió a la del mero interprete de clásicos como Shakespeare, Zorrilla, Lope de Vega, Calderón o Pirandello. Pionero en la modernización del teatro español, contribuyó activamente en la apertura cultural de la dictadura cuando, a finales de los años sesenta, junto a su mujer, la actriz Gemma Cuervo, se preocupó en estrenar a autores como Albert Camus, Sartre, Edward Albee o Harold Pinter. De su larga colaboración con Adolfo Marsillach surgieron los montajes de, entre otras, El enemigo, de Julien Green; Pigmalión, de Bernard Shaw; Después de la caída, de Arthur Miller, y El malentendido, de Camus, la obra que para él marcó una de las cimas de su carrera y que fue un verdadera acontecimiento en 1969. El primer Camus por fin rompía las barreras de la censura y se subía a un teatro.
Entre los mayores éxitos del actor estuvo Equus, que representó durante tres temporadas, y su rostro se popularizó gracias a su presencia en conocidas series de televisión y en algunas de las películas más conocidas del cine español reciente.
Guillén solía decir que para ser feliz solo necesitaba un libro, su perro y el sol. La larga enfermedad que ha acabado con su vida le fue privando sucesivamente de todo menos de lo que finalmente más le ataba al mundo, su familia. Sus tres hijos, los actores Fernando y Cayetana, y la mayor, la abogada Natalia, le han acompañado hasta el final junto a su mujer, Gemma Cuervo, quien hace tres años volvió a su lado para acompañarle en el solitario camino hasta la muerte.
Guillén solía decir que el texto de Aragon poseía muchos puntos de contacto con sus propias contradicciones, con sus dudas sobre el sentido final de la vida. “He intentado mantener siempre la coherencia y el compromiso. Aunque, por necesidad, no haya hecho siempre el teatro que quería", aseguró en uno de los homenajes que recibió entonces por una carrera granada en el cine (encabezó el cartel de más de 30 filmes) y la televisión. Todo ello sin romper nunca su verdadero cordón umbilical, el escenario.
“Aragon es un autor afín a mí que soy rojo y quiero decir rojo y no simplemente de izquierdas”, declaró Guillén durante aquellos meses de despedida en los que identificó su insobornable pesimismo como la única forma inteligente de optimismo. En una entrevista con este periódico añadía: "Se está produciendo una vuelta al teatro de compromiso ideológico; no hay más que mirar la cartelera para comprender cómo el teatro está actuando de auténtico revulsivo frente a esa derecha que estamos viviendo hoy..., me hace muy feliz presentar este texto tan implicado en tantas cuestiones vitales para el ser humano como son la muerte, el suicidio, la desilusión, el fracaso, cosas que me han conmovido... Seguramente si no aparece este texto en mi vida no me retiraba, aunque he de reconocer que la verdadera razón de mi marcha también es orgánica".
No mentía el actor, una larga enfermedad llamaba a su puerta y el sentido común y el pudor le hacían intuir que era mejor la retirada. “Esta obra”, dijo en otra ocasión, “me remite a la etapa en que algunos actores de mi generación hacíamos un teatro comprometido. Luego vinieron unos jóvenes actores con más compromiso que le llevó a la cárcel: Juan Diego, Mario Gas, Lola Gaos, Vicente Cuesta, Juan Margallo y otros. Nosotros no llegábamos a tanto. Sólo hacíamos un teatro comprometido frente a la censura”.
Como era propio de un señor, Guillén siempre se quitó importancia, pero su labor trascendió a la del mero interprete de clásicos como Shakespeare, Zorrilla, Lope de Vega, Calderón o Pirandello. Pionero en la modernización del teatro español, contribuyó activamente en la apertura cultural de la dictadura cuando, a finales de los años sesenta, junto a su mujer, la actriz Gemma Cuervo, se preocupó en estrenar a autores como Albert Camus, Sartre, Edward Albee o Harold Pinter. De su larga colaboración con Adolfo Marsillach surgieron los montajes de, entre otras, El enemigo, de Julien Green; Pigmalión, de Bernard Shaw; Después de la caída, de Arthur Miller, y El malentendido, de Camus, la obra que para él marcó una de las cimas de su carrera y que fue un verdadera acontecimiento en 1969. El primer Camus por fin rompía las barreras de la censura y se subía a un teatro.
Entre los mayores éxitos del actor estuvo Equus, que representó durante tres temporadas, y su rostro se popularizó gracias a su presencia en conocidas series de televisión y en algunas de las películas más conocidas del cine español reciente.
Guillén solía decir que para ser feliz solo necesitaba un libro, su perro y el sol. La larga enfermedad que ha acabado con su vida le fue privando sucesivamente de todo menos de lo que finalmente más le ataba al mundo, su familia. Sus tres hijos, los actores Fernando y Cayetana, y la mayor, la abogada Natalia, le han acompañado hasta el final junto a su mujer, Gemma Cuervo, quien hace tres años volvió a su lado para acompañarle en el solitario camino hasta la muerte.
Además de teatro ha trabajado en televisión y cine, donde se inició en 1953 con Un día perdido, de José María Forqué. No obstante, fue en televisión donde consolidó su carrera como actor, debutando cuando empezaba en España, en 1958, con la adaptación de la obra Pesadilla, de William Irish, bajo las órdenes de Juan Guerrero Zamora. En el programa Estudio 1 de TVE representó numerosas obras, al igual que en el espacio Novela, junto con su mujer Gemma Cuervo (Levántate y lucha, Marie Curie o El fantasma de doña Juanita, entre otras).
Fue un rostro habitual en las series de realizadores como Adolfo Marsillach, Alberto González Vergel o Pilar Miró. También su participación en la adaptación de la obra de José Zorrilla, Don Juan Tenorio, que se interpretó en cinco ocasiones en Estudio 1, siendo interpretado el papel de Don Juan por actores como Juan Diego y Carlos Larrañaga.
En televisión destaca La saga de los Rius (1976), Los jinetes del alba (1990) o la serie Motivos personales (2004), con Lydia Bosch y Concha Velasco.
En cine participó con regularidad a partir de los años 80 y 90, destacando Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) o Todo sobre mi madre (1998), ambas de Pedro Almodóvar. Además de Almodóvar, Guillén ha trabajado a las órdenes de José María Forqué, Pedro Lazaga, Fernando Fernán Gómez, Imanol Uribe, Gonzalo Suárez y trabajó con José Luis Garci en El abuelo y La herida luminosa… y así en decenas de películas que engrandeció con su presencia recta y sobria y su maravillosa voz.
Fuente: ABC, EL Mundo
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